lunes, 9 de diciembre de 2019

Javier Madanes, y yo

por Bruno Pedro De Alto


Mi libro "Autonomía Tecnológica. La audacia de la División Electrónica de Fate", se escribió entre diciembre del 2010, y diciembre del 2012. En enero y febrero del 2013 se hicieron correcciones, y salió finalmente impreso en abril del 2013. Para un adventicio escribir un libro es una tarea titánica. El proceso está lleno de situaciones tediosas, como las sucesivas correcciones de estilo; otras luminosas, como encontrar la fuente original que es citada por otros; y también algunas anécdotas que tal vez interesen al lector, o al curioso. El detrás de escena, y la cocina del libro. Voy por esta última cuestión. Antes de contar la anécdota, hago una breve reseña del libro y su trama.
La División Electrónica  fue una diversificación de la empresa nacional de neumáticos Fate. Iniciada en 1969, tuvo una crisis importante y desenlace trágico en 1976, con el Proceso de Reorganización Nacional. La dictadura de Videla y Martínez de Hoz. Fate, en aquellos momentos era presidida por Manuel Madanes, y tenía como socio rutilante, a José Ber Gelbard, que en 1973 asumió como ministro de economía de Cámpora, y siguió con Juan Perón e Isabel Perón. Renunció en 1974.
La dictadura que había derrocado a Perón, también se ensañó con la Confederación General Económica, la CGE, construida por Gelbard para representar a los empresarios nacionales. La CGE fue suspendida, incautados sus recursos y personería; por lo tanto, el inhibido presidente de la central empresaria, necesitó ayuda.Fue cuando  Fate, fundada por los hermanos Adolfo y Manuel Madanes, le dieron empleo a Gelbard. O tal vez, lo cobijaron en la estructura empresarial para que pueda continuar su tarea de organización empresarial y lobby. Con esa protección, Fate le devolvía un favor importante a Gelbard. Años atrás, la empresa de neumáticos sufrió restricciones para hacerse de dolares. Adolfo Madanes, cercano a la CGE, le pidió a Gelbard una gestión ante el gobierno de Perón para poder acceder a los dólares que necesitaba y estaban restringidos para la economía general. El favor se realizó.
Cuando Gelbard ocupó la pequeña oficina ubicada en Garay Nº1 de la porteña ciudad de Buenos Aires, pudo cobrarse aquella gestión y tener un escritorio para reconstruirse como el gran arquitecto del movimiento empresario nacional y del Pacto Social que llegaría a la economía argentina en 1973.
En el ínterin, la mayor amistad y confianza de don José, pasaría de Adolfo a Manuel Madanes. Con él lograría un movimiento societario de magnitud en Fate. De empleado, pasaría a ser socio, y junto a Manuel, lograr el control de la firma. Adolfo quedó desplazado, quejoso de la entrada de la política a la empresa. Gelbard y Manuel crearon una empresa controladora del Grupo Fate, donde el primero tenía el 19% de las acciones.
Desde esa posición empresaria, sus contactos políticos, y los buenos oficios de lobby, don José ayudó a Madanes en la diversificación del negocio con la División Electrónica de Fate y la adjudicación de la planta de aluminio y la Central Eléctrica de Futaleufú para Aluar, empresa novel del Grupo Fate.
La División Electrónica de Fate será la historia que escribí en el libro "Autonomía Tecnológica". Aluar será en gran parte uno de los factores de la tragedia del Grupo cuando llegó la dictadura en 1976. Las persecuciones, secuestros, tortura, saqueo, exilio y muerte, fueron los componentes de la tragedia de Madanes y Gelbard. La División Electrónica se verá muy dañada en esos momentos, y cierra de manera definitiva en 1982. En cambio, Aluar y Fate siguen, pero el 19% de las acciones del Grupo que las controlaba, se las apropió de manera indebida el Estado Nacional. Recién en el gobierno de Raúl Alfonsín el hijo de Gelbard recuperó el capital expropiado a su padre ya fallecido en el exilio.
Hecho este racconto, vuelvo al libro "Autonomía Tecnológica". Avanzado el mismo, imaginé tener tres prólogos, que de alguna manera expresaran el triángulo de Sabato. Es decir, un testimonio de un funcionario estatal, de un científico, y de un empresario. El primer caso, lo logré con Carlos Gianella, quien trabajaba en Ciencia y Tecnología de la provincia de Buenos Aires. El segundo, también lo logré con Pablo Jacovkis de Ciencias Exactas de la UBA. El tercero, "debía" ser un Madanes.
Para ese entonces, el control accionario del Grupo había pasado al hijo de Adolfo Madanes, es decir, Javier Madanes Quintanilla, quien aún hoy es el presidente de Fate y Aluar. Para poder entrevistarlo y pedirle el prólogo, intenté las vías formales: cartas y mensajes al área de Relaciones Institucionales de Fate, pero había sido infructuoso. Cero respuestas.
Puedo afirmar que, ya por marzo del 2012, daba por perdida la esperanza de tener ese prólogo empresario. Solo el azar podía dar vuelta la situación. Recuerdo la noche aburrida donde el zapping en la TV me trajo el primer paso de mi fortuna. Estaba al aire un programa de la señal "El Garage", que se dedicaba a temas del automóvil en general. El cronista estaba en un evento, donde la empresa Fate presentaba su sociedad con el estudio de diseño automotor de Milán del famoso Pirinfarina. El logro de la sociedad eran nuevas cubiertas dibujadas por el italiano y hechas por Fate.
Entonces, sorpresivamente para mí, en la pantalla de la TV el cronista entrevista al CEO de Fate, Javier Madanes Quintanilla, cuyo rostro yo desconocía hasta ese momento. Y su rostro es clave en este relato. Los Madanes, tienen un rostro duro, de pliegues profundos, muy particulares: nariz ancha, labios rectos, pómulos marcados, es decir, un rostro difícil de olvidar. Mientras lo veía y oía por la TV, le hablaba en silencio: "necesito tu prólogo".
Sin embargo, a pesar de quedar ese rostro grabado en mi mente, no había avanzado nada en obtener el contacto y menos una entrevista. Ese registro solo podía servir si me lo encontraba cara a cara, por azar, en la calle... u otro lugar.
Un par de semanas después, tuve que irme de viaje a Puerto Madryn, por una actividad que se realizaba en la UTN de allí. Les voy adelantando, o informando: en Puerto Madryn está la planta de aluminio de Aluar, empresa del Grupo Fate.
Estando en el preembarque de Aeroparque, me encontré observando a dos señores pasajeros que me llamaron la atención inicialmente por un detalle: no tenían equipaje de mano, a diferencia de mí, que tenía campera en mano, mochilla y una bolsa con papeles, etc, etc. Ese contraste me distrajo de otras cosas, y me ocupó en observarlos.
Los dos señores eran mayores, tal vez 70 años, uno, 75 el otro. Uno alto y delgado con pelo cano, el otro, bajito y pelado. Con mocasines, pantalones de gabardina, camisa y saco azul. Y nada en las manos... no, miento. El bajito tenía en las manos, un libro. No cualquier libro.
El señor bajito tenía en sus manos, un libro grueso, uno de los cinco volúmenes de "La voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina", la colosal obra de Martín Caparrós y Eduardo Anguita. Yo lo había leído también, y tenía claro que no es un libro que se lee sin compromiso político o interés por la historia argentina. Eso también transformaba a uno de ellos en una persona espacial. Pero, ambos: ¿Quiénes eran? ¿A que se dedicaban? ¿A dónde iban?
Llega el momento del embarque, y los pierdo de vista, y de interés inmediato. Lo mío era subir al avión y viajar a Puerto Madryn. Ya sentado y con el cinturón de seguridad abrochado, en la tercera o cuarta fila contando desde la punta del avión, me entretengo observando el ingreso del resto de los pasajeros y pasajeras. En esa situación veo pasar a los dos señores del preenbarque, y detrás de ellos, apurado, como si hubiera llegado tarde, otro señor. Tal vez un poco más joven, y de rostro duro. Mostraba un rostro que es difícil de olvidar. Era Javier Madanes Quintanilla.
Mi cinturón de seguridad se transformó en ataduras. Quise saltar del asiento, pero la estreches, la rapidez de los movimientos de un Madanes apurado, y la misma sorpresa mía atentó a que pudiera hacer algo útil a mi deseo de contactarlo en tan extraña casualidad. Las aproximadamente dos horas de vuelo fueron de intranquilidad, angustia, alegría y confusión. Torné mil veces mi cuerpo y cuello para mirar hacia las filas de atrás, intentando saber dónde estaba sentado Madanes. No lo podía ver. Luego empezó a asaltarme la duda: ¿y si no era?, ¿y si era otra persona? Podía pararme y empezar a caminar por el pasillo del avión y mirar todas las caras, de a una, para encontrar aquel duro rostro conocido por TV y visto como un relámpago en una cabina de avión. Por otro lado, el saber que íbamos hacia a Puerto Madryn, donde está Aluar, me forzaba a pensar que estaba en lo cierto, que era la misma persona que vi en la TV y que yo estaba deseando encontrar hace semanas. Era el hijo y sobrino de personajes principales del libro que me había costado dos años investigar y escribir, y estábamos en el mismo avión, y hacia el mismo lugar.
Sin embargo, me acobardé. No me animé a pararme y salir a buscarlo por la cabina del avión. Me sentí insignificante, un simple escritor lego, frente a uno de los más poderosos empresarios nacionales. Lo mío podía parecerle ridículo a él, y en ese contexto tan extraño, no sería raro que me ninguneara. Me resigné a una segunda oportunidad: el desembarco, al llegar a Madryn. Error, en tierra firme no lo vi a él, ni a sus acompañantes. Eso de viajar sin equipaje de manos, debió ser extensible a no llevar valijas que no debieron esperar. Seguramente al dueño de Fate y Aluar los esperaban y se lo llevaron rápido. Mientras tanto, yo, el escritor insignificante y deprimido, se quedó esperando sus valijas, con campera, mochila y bolsa en mano.
Aquella actividad en la UTN de Puerto Madryn la compartí con un docente de la UTN de La Plata, que se llama José Macca. A José le conté aquella aventura de final fallido. Tal vez para esperanzarme me dijo que quizá en el viaje de regreso...
Con Macca, a la tarde siguiente, volvimos juntos en el mismo vuelo. A pesar de las esperanzas que me había sembrado mi compañero,  no los vi. Ni al señor alto, delgado y canoso; tampoco al petiso calvo, ni mucho menos, a Javier Madanes Quintanilla. Al bajar cada uno se quedó con sus propias situaciones. Las mías seguían siendo el equipaje despachado, y me acerqué a la calesita donde éstos van apareciendo para ser retirados nuestros petates. Todos sabemos que la espera al lado de la calesita del equipaje es un lugar donde parece que el espacio falta, y todos nos encimamos para lo mismo: reconocer nuestra valija y tomarla antes que pase de largo. Algo así como una competencia que depende del azar de cómo fue despachado el equipaje en el aeropuerto de origen del viaje. Volví a usar la palabra azar.
Mientras esperaba mi equipaje, me di cuenta que estaba muy encimado a una persona que estaba un poco atrás, y un poco a mi derecha. Me dí vuelta para disculparme. Al verlo y reconocerlo, no logré decir ninguna disculpa. El azar se había trasformado en realidad. Estaba al lado del presidente de Fate y Aluar, el poderoso empresario nacional, hijo de Adolfo y sobrino de Manuel, el señor de rasgos duros y marcados que estaba semanas atrás en la TV, hablando con un cronista del "El Garage" sobre los diseños de Pirinfarina. Esta frente a frente a Javier Madanes Quintanilla.
Increíblemente no me costó mucho rearmarme desde la sorpresa, me di cuenta que solo tenía unos segundos para obtener algo de ese encuentro fortuito, y le lancé una pregunta que desencadenó este diálogo y situación:
- Disculpe. Usted es Javier Madanes Quintanilla?
- Sí. ¿Qué tal?
Nos dimos la mano para saludarnos.
- Soy Bruno De Alto, y estoy escribiendo un libro sobe la experiencia de la División Electrónica de Fate. He estado hablando con parte del equipo de aquella división, e investigando mucho. Me gustaría que usted me prologue el libro.
Madanes se dió vuelta y dijo en voz bastante alta:
- Vení Daniel, esta persona está escribiendo sobre Fate Electrónica.
Ahí cerca estaban los dos señores de saco azul, el alto y el bajito. Me saludaron, eran Daniel Friedenthal, vice presidente del Grupo, el alto; y Carlos Leyba, economista y asesor del Grupo, el bajito que leía "La Voluntad".
A los tres juntos les volvía a explicar mi interés y mi libro. Finalmente Madanes le dice a Friedenthal que me atienda, porque "Él estaba en la empresa en esa época y se debe acordar de los detalles". Es cierto, Daniel era hijo de Rebeca Madanes, hermana de Adolfo y Manuel, mientras que el padre de Javier se había alejado temporariamente del Grupo, disgustado por la maniobra societaria protagonizada por Gelbard y Manuel.
Sin embargo, estos breves minutos se agotaban, y tenía que cerrar algún trato de un nuevo encuentro. Ofrecí mi tarjeta personal de la UTN y se la di a Friedenthal. Lo miré a los ojos, y muy firme le dije "Espero tu llamado". Ya recontra agrandado, mientras salíamos hacia la puerta, todos con sus respectivos equipajes, le dije al vicepresidente: "Daniel, por favor, no te olvides de llamarme".
Al día siguiente, la firmeza había caducado. Me ponía a pensar seriamente, y lo lógico era que aquel episodio había sido todo lo posible de lograr. La aventura de un aval al libro, hecho por la propia empresa y sus directivos, a pesar del azar, no era posible. Era lógico, había una sideral distancia entre un ignoto escritor de una historia en parte heroica, en parte dramática, y los descendientes de los protagonistas que probadamente la habían olvidado institucionalmente.
Más allá de la lógica, pensar eso, me ponía triste y frustrado.
Pero la memoria es tozuda, aunque se disfrace de azar. Pasados unos pocos días recibo un mail institucional de Aluar. En él, Adriana Edith Menghi, la secretaria de Daniel Friedenthal me informaba que el vicepresidente de Aluar me esperaba en sus oficinas de San Fernando, en la planta de Fate. No recuerdo exactamente cuál fue mi reacción, pero no exagero si digo que fue un puño cerrado, con un pequeño temblor y un “¡Bien!”, dicho entredientes.
En la fecha determinada, fui a la Planta de Fate y fui recibido por Daniel Friedenthal. Fue una reunión relajada, donde lentamente descubrí que las autoridades de la empresa tenían muy claro y valorado el esfuerzo tecnológico de aquella diversificación en electrónica digital. Sin embargo, por razones muy profundas y que no las expresó, la División Electrónica de Fate pasó al olvido.
Por momentos, Friedenthal se iluminaba y señalaba a través del ventanal: "¿Ves, allá, ese galpón? Ahí empezó el proyecto electrónica". En otro momento, quería saber exactamente que me habían contado los ingenieros y técnicos de la División, dándome a entender que esos podían ser relatos con mala animosidad para la empresa.
Insistí varias veces en la necesidad de recupera esa historia para que se hiciera pública, que yo lo iba a hacer, pero sería muy valioso que la empresa me acompañara de manera positiva. Casi al final de la entrevista, cedió un poco, y reconoció que eran hechos donde el tiempo había pasado en demasía.
Frente a esa concesión, le pedí el prólogo. Para ello le entregué una copia impresa y anillada de la última versión del libro para ese entonces. Le pedí que lo leyera, y expresé que me gustaría tener un prólogo de Javier Madanes Quintanilla. Nos despedimos, y volví a la espera de novedades.
Mi imaginación voló una vez más, y se configuró que Friedenthal, leería el borrador, le gustaría mucho y escribiría un prólogo. El ciclo del olvido empresarial, quedaría salvado. Sin embargo, no ocurrió así. Mejor dicho, cerraría de otro modo impensado.
Pasaron varios días, hasta que recibí un llamado telefónico. Ahora, quien me hablaba, era Carlos Leyba, el señor calvo y bajo que leía "La Voluntad". Con Carlos Leyba nos reunimos dos veces para hablar de la División Electrónica de Fate. Desde aquel entonces, he seguido su trayectoria y enseñanzas. Su destaca personalidad merece los siguientes párrafos.
Militante de la Democracia Cristiana, en la decada de los 60, junto a los dirigentes de esa fuerza política, el joven Carlos Leyba, economista asesor de Fate y con contactos con la CGT, se integra a los equipos técnicos del Pacto Social que lideraba José Ber Gelbar. Finalmente asume en 1973 con el cargo de Secretario de Programación y Coordinación Económica del Ministerio de Economía. Cuando se lo señala como redactor del Pacto Social, se esfuerza en afirmar que fue apenas quien escribió lo que otros le dictaron: "El acta de compromiso la escribí yo, era la pluma. Yo era el responsable del Plan Trienal." Hoy sigue convencido que el desarrollo del país, es "Concertado y con largo plazo".
Esta vez, la cita fue en las oficinas de Aluar de la calle Marcelo T. Alvear, casi esquina Florida. Me anuncié y me invitan a esperarlo a Leyba en una sala de reuniones que está justo frente al hall de entrada y donde se veía el ascensor. La sala estaba decorada con fotos de la construcción de la planta de Aluar, y en el piso había un lingote de aluminio, con el logo de Aluar y la fecha 27 de julio. Se trata de la fecha de inauguración de la Planta de Puerto Madryn, en 1974. Recordemos: Fate era y sigue siendo una gran empresa nacional de neumáticos, Aluar, empezaba, sería y es la gran empresa nacional de aluminio, cuando se dio la experiencia de electrónica que yo estaba escribiendo. Con mi libro me había quedado en 1976, y el grupo, para sobrevivir (literal) se aferró a los gigantes, y sacrificó al sueño de la autonomía tecnológica.
Sin dejar de ser un escritor lego, ya era un estoico.
Era pasado el mediodía, y veo que por el ascensor emergen, nuevamente los tres hombres del aeropuerto: Madanes, Friedenthal y Leyba. Me saludan los tres, y Leyba se queda conmigo. De aquellos diálogos, dos reuniones bastantes largas y llenas de gentilezas y colaboración, entiendo que tanto Leyba como Friedenthal se ocuparon de garantizar la imagen de los orígenes de Fate, y en especial, la relación entre Manuel Madanes y José Ber Gelbard.
Leyba tenía en mano, un mail impreso, que deduzco estaba escrito por Friendenthal. Les interesaba saber cuáles eran mis fuentes. Las fuentes directas, donde puede reconstruir el proceso tecnológico, me las dieron en largas entrevistas el Gerente General de la División, Roberto Zubieta y gran parte de su equipo. En cambio, la información sobre los orígenes de la empresa y el rol de Gelbard en Fate, provenían de dos fuentes secundarias: los libros de María Seoane y de Isidoro Gilbert. Ambos vinculaban fuertemente a Gelbard con el Partido Comunista Argentino, donde habría sido uno de sus administradores. Por lo tanto, aquella supuesta ligazón entre el PC y Fate, que la dictadura uso en parte para desencadenar la tragedia en la familia de los Madanes, era molesta.
Leyba me aseguró que Gelbard no trajo capitales a Fate, el 19% fue una concesión de Manuel para posicionarlo dentro del directorio. Ésta, y otras correcciones, como por ejemplo las que me proveyeron sobre Leiser Madanes, el abuelo de Javier, el primero de los Madanes en Argentina, fueron el foco de sugerencias de cambios. Entre una fuente primaria y una secundaria, sin duda opté por la primera. Con esos arreglos hechos, volví a pedir el prólogo. En una charla telefónica posterior, Carlos Leyba me informa finalmente que no tendré el tercer prologo tan ansiado. La sentencia fue hecha en todo cordial, pero sin explicación, ni justificación.
La aventura del tercer prólogo había tenido tantos banquinazos, que se hacía difícil aceptar que había fracasado. Visto desde lo inmediato, era un bajón. Como otras tantas veces, me rearmé y seguí adelante. El texto había conseguido información de primera mano en otro de los capítulos importantes del libro. Los orígenes de la empresa nacional Fate. Incluso, aquel encuentro con Javier y las charlas con Daniel también fueron en parte relatados.
Sin rencores, a principios de mayo del 2013, una vez impreso el libro, llevé a la planta de San Fernando de Fate, un sobre. Dentro del sobre, había tres libros de “Autonomía Tecnológica” uno para cada uno de ellos, con una dedicación personal. Los dejé en la guardia. Inmediatamente envié un mail a Adriana avisando del presente dejado.
Un mes después, a principios de junio, recibo un llamado de Adriana. Me pregunta si le puedo vender a Fate, diez libros de “Autonomía Tecnológica”. Sin prólogo, es cierto, pero las autoridades de Fate me seguían sorprendiendo. Hice los arreglos con la editorial Ciccus, que también entusiasmada con el pedido le vendió diez libros y le entregó doce ejemplares como atención.
Los sucesos, aquí relatados, merecían ser contados ampliamente. Por razones de fluidez en el relato, y por pertenecer a la cocina del libro, nunca habían sido escritos ni en el libro, ni en otro lado. En el libro, aquellos momentos habían quedado de la siguiente manera:

Debido a mi interés de conocer la opinión de la actual conducción de Fate sobre aquellos hechos históricos, intenté un acercamiento formal, vía mail y llamadas telefónicas que no tuvieron éxito. Todo parecía indicar que en ese ámbito primaba el olvido sobre la memoria. Pero, sin embargo, como dije anteriormente, la memoria es tozuda y se disfrazó de azar. A principios del año 2012, por motivos laborales viajé a Puerto Madryn, y me topé sorpresivamente en el sector de despacho de valijas del aeropuerto con Javier Madanes Quintanilla, presidente de Fate, y con Daniel Friedenthal, vicepresidente. En breves segundos me presenté y les comenté que estaba trabajando en este tema y, para mi sorpresa, los empresarios valoraron el rescate histórico que estaba haciendo y me brindaron la oportunidad de varias entrevistas en la sede de la empresa.
Daniel Friedenthal encabezó las reuniones, dado que fue quien más cercanamente había estado involucrado con la experiencia. Según sus expresiones, Fate está orgullosa de la experiencia de la División Electrónica porque fue una muestra de la capacidad tecnológica de la empresa y de aquellos protagonistas.
También reconoció como dramática, y por lo tanto traumática, las instancias de su cierre. A las causas las colocó en el ámbito de decisiones empresarias fundadas en razones económico-financieras. Sin embargo, ante mi planteo, que dicha decisión se tomó en un contexto político represivo y de hostigamiento general a la empresa, Friedenthal asintió y reconoció que aquellos sucesos violentos crearon una atmósfera difícil de asimilar. Apareció entonces en la conversación la palabra “tragedia”.
Entre los sucesivos intercambios que se fueron dando desde aquel momento del encuentro en el Aeropuerto hasta el cierre de la redacción de este libro, la tozuda memoria le ha ganado terreno al olvido. Como dijera Friedenthal, luego de un largo suspiro que lo habilitó a expresar con más claridad la voluntad de reencontrase con la experiencia de la División Electrónica, en tanto logro y tragedia: “Es que ya han pasado casi cuarenta años…”



viernes, 15 de febrero de 2019

Ciencia, tecnología, ideología y consensos


Por Bruno Pedro De Alto
Licenciado en Organización Industrial (UTN) y Especialista en Gestión de la Tecnología y la Innovación (Untref)
Autor de “Autonomía Tecnológica (2013. Ciccus) y “Tozuda industria nacional” (2018. Ciccus – Lenguaje Claro)


Analizar el pasado nos permite responder sobre cuestiones actuales, pero sobre todo nos permite soñar y diseñar el futuro teniendo en cuenta las lecciones aprendidas. Detenernos en sucesos, como los que vamos a mostrar aquí, ocurridos hace varias décadas atrás, puede recibir la crítica de que no hay puntos de comparación: cuestiones geopolíticas, modelos económicos de acumulación, instituciones y legislación, densidad poblacional, la tecnología, etc. Todo ha cambiado. Es cierto.

Sin embargo, hay otra posibilidad, otra manera de observar sucesos y relatos pasados. Es que si no fuera así, por ejemplo, no sería interesante leer en la literatura universal las obras consideradas “clásicas”. Se siguen leyendo porque tienen la fuerza de retratar al hombre en su esencia más profunda y permanente: sus obsesiones, sus miedos, sus deseos, sus lealtades, sus creencias, sus tradiciones, etc. En definitiva, las fuerzas que expliquen sus acciones y decisiones. En este sentido se presenta el siguiente relato histórico, donde se muestra la convergencia de distintos personajes, que a pesar de identificarse políticamente en distintas facciones, convivieron notablemente, a partir de la coincidencia sobre el proyecto nacional – modelo de país que detentaba cada uno, y las fuerzas interiores que gobernaron sus acciones y decisiones.

El relato se ubica en Argentina, en un momento entre la década de los ´50 y medianos de los ´70. Era el período de institucionalización de la ciencia y la tecnología, de la intensificación de las relaciones entre mundo académico y mundo productivo, y del paso del ciclo de sustitución de importaciones a uno más cercano a la instalación de industrias pesadas y / o estratégicas. A pesar de la inestabilidad política, gobiernos militares, peronistas, desarrollistas, y radicales, no había llegado aún el neoliberalismo, ni los monetaristas. El telón de fondo era la presencia de proyectos desafiantes, motivantes, demandantes de obreros calificados, de técnicos, de ingenieros, de tecnólogos, y de científicos; también de empresarios nacionales, intelectuales, sindicalistas lúcidos, comunicadores y políticos. La densidad social que facilita la unidad nacional alrededor de un proyecto de país.

Bernardo Houssay, Manuel Sadosky, Rolando García y Eduardo Braun Menéndez.
Los prestigiosos Manuel Sadosky y Rolando García, conducían la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA en 1958.

Facultad Ciencia Exactas y Naturales de la UBA, en construcción

Para comprar a la mítica computadora Clementina, les solicitaron una partida de fondos por u$s 400 mil al CONICET presidido por Premio Nobel Bernardo Houssay.

Manuel Sadosky

Rolando García

Tanto García como Sadosky expresaban una mirada distinta a Houssay sobre las ciencias. Los primeros estaban convencidos que las ciencias – las aplicadas, fundamentalmente – eran factores de progreso en la medida que se aplicaran a problemas de desarrollo e industria. Don Bernardo Houssay, no. Su idea de progreso era especialmente que si se hacía buena ciencia básica, ello empujaría el bienestar de la Patria.

Bernardo Houssay

Reivindicándose como un hombre de izquierda, de ideas socialistas, García encaró al presidente del CONICET, un verdadero baluarte de la derecha argentina y le pidió dinero – mucho – para un proyecto extraño a las líneas generales de la política científica de ese momento. A Houssay, el pedido le pareció exorbitante, no apropiado, y lo rechazó.
Los hombres de ciencias exactas, tenían una carta para convencer al Premio Nobel, y la usaron. Solía decir Rolando García que en aquella época había profesores muy conservadores, "pero muy del país" con los que nunca tuvo problemas. Dijo una vez García: "Yo con nadie me entendí mejor que con Braun Menéndez sobre lo que había que hacer en la universidad, aunque naturalmente él venía de otra clase distinta de la mía. Pero era un hombre inteligente, bien formado y con una concepción de país, que es algo que se ha perdido".

Eduardo Braun Menéndez

El investigador Eduardo Braun Menéndez, era también fisiólogo y el discípulo predilecto de Houssay. Braun Menéndez era el hombre ideal para la difícil misión, también miembro del directorio del CONICET, fue el ariete que taladró la negativa de su maestro. El CONICET aprobó el pedido que conformaba el presupuesto para comprar la computadora Clementina y su puesta en marcha. El directorio sesionó con don Bernardo en ausencia como resultado de las gestiones de Braun Menéndez.

Computadora "Clementina"

Ciencia, tecnología, ideología y consensos.
Luego de la noche neoliberal, 1976 – 2001, se recuperó en gran parte esa senda de desarrollo tecnológico que enhebraba la trama de retazos que habían quedado sueltos, que al final convergieron en un proyecto de país con tecnología satelital, energía nuclear y alternativas, biotecnología, nanotecnología, etc.

En la derrota electoral del proyecto nacional y popular del año 2015 en manos de una renovada versión del neoliberalismo periférico con una nueva ruptura de aquel modelo de país, se cayó en una trampa de la supuesta continuidad de políticas de Estado con un Lino Barañao desconcertante. Quien ha sabido señalar lo delicado de esta cuestión, temprana y claramente, fue el ingeniero Eduardo Dvorkin. En interesantes artículos afirmó, y demostró que la continuidad de Barañao al frente del ex Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación no garantizó “cuidar” el sistema. A pesar de la presencia del ahora secretario, el contexto nacional para la ciencia y la tecnología había cambiado. Dice Dvorkin: “Las características dominantes de Cambiemos son: detención del desarrollo tecnológico autónomo, desindustrialización y desnacionalización cultural”. Otro modelo de país.

Garantizar que la ciencia, la tecnología y el desarrollo pueden materializarse en Políticas de Estado, sostenibles y sustentables, necesita de acuerdos ideológicos mínimos, es decir, el mismo modelo de país. Sin embargo, en la historia reciente es evidente que no se lograron a tiempo los necesarios consensos políticos que hicieran sustentable el proceso. Las elecciones de este año darán una nueva oportunidad para recuperar un modelo de país donde la mayoría de los argentinos encuentren un lugar de trabajo calificado y satisfacción, donde las diferencias partidarias se diluyen en un contenedor grande y generoso: un proyecto de industria nacional estrechamente vinculado a un proyecto de soberanía tecnológica. Será un tiempo de ciencia, tecnología, ideología y consensos.