lunes, 28 de mayo de 2007

La (in)puntualidad.

por Bruno Pedro De Alto

Una de las características que me permito en la autodefinición es la de ser puntual. Si bien es cierto que parecería que es un bien que se pierde, como la vista y el pelo. La acumulación de tareas, el cansancio, el tránsito, las distancias, el olvido… son factores que vamos sumando con el tiempo y atacan la virtud.

El truco para ser puntual está en la hora de decidir cuando salir a la cita. Anteponer el tiempo estimado de viaje y ya está!

Pero ello no es tan fácil para todos. Un buen amigo, que para no crucificarlo lo llamaré CC, solía armar la agenda con reuniones que solo se podía cumplir con teletransportación. Llegábamos tarde a todos lados, y no se hacía cargo!

Desde hace un tiempo largo que guardo una viñeta, un textito exquisito sobre la impuntualidad. Se los comparto.

Esperando al impuntual. Por Piolín de Macramé[1].

La misión de los puntuales es la esperar a los impuntuales. La impuntualidad está llena de matices. Está el impuntual respetuoso de la publicidad. Llega tarde, pero pide disculpas. O miente una excusa… Que se le paró el reloj. Que el colectivo no llegaba. Además de impuntual es mentiroso. E imaginativo. O fantasioso. Tiene una recóndita sensación de culpa. Por eso el puntual debe ser magnánimo. Y recibir al impuntual con alegría. Creí que te había pasado algo. (Sonriente y expresivo.) Pero ya estás aquí. Que es lo importante. Telefoneé a tu casa varias veces. Me dijeron que ya habías salido para acá. Y me quedé tranquilo. Sea comprensivo con el impuntual. Y no le cree complejo de culpa. Pero dele cita en un café y lleve un libro. Que siempre es sano ocupar los ratos perdidos.

En algo cultural. Y mientras llega el impuntual no mire el reloj. A cada rato. Ni le diga al mozo: “Estoy esperando a un amigo. Creo que no le habrá pasado nada…” El mozo de café tiene alma de confidente ocasional. Pero ése es otro tema. Espero que esta nota salga puntual.”



[1] Piolín de Macramé es el seudónimo del doctor Florencio Escardó. (1904-1992). Se graduó de médico en 1929, en la Facultad de Medicina de Buenos Aires. A los 22 años ingresó como residente en la Casa Cuna, donde como Jefe del Servicio de Pediatría, luchó por la internación conjunta de madres e hijos, para no sumar al dolor de la enfermedad el de la separación. En 1957 fue nombrado Decano de la Facultad de Medicina y después Vicerrector de la Universidad de Buenos Aires. En 1959 introdujo la enseñanza mixta en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Fue un gran escritor, especialmente de Pediatría, y también un excelente literato, poeta, humorista y periodista. Solía decir “El miedo y el abandono enferman mucho más que las bacterias”.