jueves, 5 de julio de 2007

Y un día, Mauricio Macri va ser presidente de los argentinos.
por Bruno Pedro De Alto
No es un deseo. Ni una premonición. Es una conclusión.
Intento practicar el pensamiento sistémico, que está bastante alejado del pensamiento lineal. Pero muchas veces tengo la impresión que la realidad argentina anula la teoría de sistemas y las infinitas variables terminan neutralizándose y finalmente todo se reduce al viejo esquema causa – efecto.
Ese esquema simplón, odioso y criticable, me lleva a decir que Mauricio va a ser algún día presidente de los argentinos.
Entonces los aciertos, cualidades y adhesiones de la derecha finalmente vencerán sobre los errores, inconsistencias y descréditos de la izquierda y los sectores nacionales y populares.
Mauricio ha tenido aciertos: se ha propuesto conducir Boca Juniors (gracias bosteros): lo hizo y triunfó. Quiso ser diputado, lo logró. Es cierto que no cumplió, pero nada pasó. Intentó una vez ser Jefe de Gobierno. Perdió, pero aguantó la revancha. Hoy va a gobernar la cosmopolita Ciudad de Buenos Aires. Y un día también gobernará la Argentina.
Sabemos que no es un intelectual. No piensa como un hombre de derecha. Eso lo haría más sutil, ambiguo, razonable. Pero siente y se crió como hombre de derecha. Es previsible: cree que ser pobre es una elección mal tomada; cree que el dinero da más derechos; y siente que lo público es un error que se debe salvar.
Y la verdad es que en Buenos Aires y sus alrededores hay muchas argentinas y argentinos que si bien no piensan como derecha, sienten como de derecha. Eso crea consensos y empatía con Mauricio y lo han consagrado su representante.
Mientras tanto, socialistas de diversos colores e “ismos”, peronistas “que combaten el capital”, radicales que creen en puebladas y revoluciones, sindicalistas antiburocráticos y clasistas, intelectuales, etc. se distraen en la lucha por los mismos espacios de poder, sin pensar en todo, ni en todos. Creando falsos enemigos, eludiendo a la derecha brutal como adversario del pueblo. Dilapidando la fe ajena y el patrimonio público. Sin decir las cosas de fondo. Peleándose. Esperando que la revolución y la reforma los vaya a buscar a la oficina.
El actual gobierno nacional tiene sus aciertos, y ello origina algunas de las críticas que escuchamos. Son militantes de partidos políticos. Desde fines de los años 60, durante los 70, y a principios de los 80. Pertenecieron a esa escuela política del esfuerzo, el debate, y la austeridad de la militancia. De allí los derechos humanos, de allí cierta atención a lo público, de allí la prioridad de lo colectivo sobre lo individual. Pero son los últimos que nos quedan.
Mientras no se recupere la esencia del partido político y la democracia interna y no se expulsen las campañas de publicidad, las encuestas, y los asesores; para la izquierda y los sectores nacionales y populares el final es previsible. Linealmente previsible. Aunque la “realidad es compleja”, como nos gusta decir.
Si no hacemos lo que hay que hacer, algún día Mauricio Macri (o lo que representa) va a ser presidente de los argentinos.

La mujer del río.

por Bruno Pedro De Alto

Tanto la felicidad como la melancolía me llevaban periódicamente al río. El muelle de la calle Pacheco era mi lugar favorito.

En aquella oportunidad, cuando conocí a esa extraña mujer, fuí por melancolía. Me había sentado en un banco sobre el muelle y miraba hacia el sur, donde a la vista se juntan la ciudad y el río. La mujer llegó en bicicleta y se sentó a mi lado, era delgada, tendría algo más de cincuenta años y los llevaba muy dignamente, pues era altiva, interesante y muy intuitiva.

Hablamos del río, de la bruma, de la contaminación, del parapente, de los amigos de la infancia, de la calle Alvear, del amor.

Dijo: “Este lugar me oxigena el alma. Cuando extraño algo ó alguien, vengo acá.”

“Y que lográs con eso...?” Pregunté.

“Serenarme, recuperar la paciencia, despojarme los enojos, fortalecerme en mis deseos, soñar nuevas oportunidades, perdonar, perdonarme...”

Curiosamente me atreví a preguntarle algo muy personal: “Entre todas esas cosas, ¿Hay lugar para el amor no correspondido?”

“No existe el amor no correspondido –contestó sin dejar de mirar el sur- Si hay correspondencia es amor, sino es otra cosa. ¿Porqué decís que existe?”

“No se, te lo estoy preguntando... Yo amo a una persona, y ella me dice que no le ocurre lo mismo. La amo, o me lo imagino; si no me corresponde... ¿Que fuerza me impulsa a recordarla siempre?

Pensó un rato y me preguntó: “¿Te maltrata? ¿Te ignora?”

Busque en los recuerdos, intentando buscar el motivo de algún si, pero es en vano, yo ya lo había descubierto antes, la respuesta es un no rotundo.

“No, al revés, siento que me adora. Dice que influí en su vida: desea mi amistad.”

Dió vuelta la cara, me miró fijamente; seguramente advirtió mis ojos nublados, y me sugirió: “Mientras no descubras la verdad, no vas a poder resolver nada. Dedicate a eso. No hagas otra cosa que saber en realidad que te pasa a vos, mientras tanto seguramente ella estará haciendo lo mismo”

Sacó de su bolso, un papel y una lapicera. Anotó su nombre y un número de teléfono. Me lo entregó. “Hacé lo que te digo, y si no te sale bien, llamame: buscaremos la forma.” Se fué caminando, con una mano apoyada en su bicicleta que iba rodando a su lado.

Seguí su figura hasta que se perdió en la entrada del muelle. Al ver el papel que me dejó, descubrí que le faltaba un número. Sería imposible llamarla, y muy probablemente quisiera llamarla, por si no encontraba la forma de descubrir mi verdad, o por lo menos contarle que si la había encontrado. Corrí hasta el ingreso al muelle, y a pesar de haber poca gente, no la ví. Debería estar por allí pero no la alcanzaba a ver. Resignado volví al papel y a su número. Pero el número incompleto ya no estaba más, solo el papel en blanco.

Me quedé sin mi verdad y dudando de aquel encuentro.

A mi melancolía sumé una angustiante sensación de soledad.