sábado, 1 de agosto de 2009

SOBRE EL TIEMPO Y EL TIEMPO DE TRABAJO - CAPÍTULO 2



La percepción del tiempo.
De lo circular a lo lineal.


por Bruno Pedro De Alto

Introducción.
Chejov relata, en su cuento El monje negro, que su personaje Andrea Vasilich Kovrin "estaba agotado y tenía los nervios de punta". A causa de esa dificultad, acude a un médico amigo suyo.
La propuesta médica es clara y sencilla, le aconseja que pase la primavera y el verano en el campo. A Kovrin hay que sacarlo del aturdimiento de la ciudad.
Esta historia escrita en 1894, muestra una Rusia agrícola y en párrafos muy ilustrativos relata la renovación cíclica de las tareas. El siguiente es uno de esos párrafos:
"En el invernadero habían madurado ya los melocotones y las ciruelas. El embalaje y envío a Moscú de esta delicada y voluble carga requería gran atención, trabajo y ajetreo. Como el verano había sido muy seco y caluroso, era preciso regar cada árbol, [...]. Por añadidura, había que atender a los pedidos de frutas y árboles para el otoño, lo que llevaba aneja una voluminosa correspondencia." (1)
La pluma de Chejov, en su lugar y en su tiempo, cuenta que en el burgo, la ciudad, los ritmos son enfermantes y ponen "los nervios de punta". Mientras que en el campo, en la vida agrícola, los ritmos son otros, son cíclicos, pues con la sucesión de las estaciones se renueva la actividad.

El tiempo antiguo y el medieval.
Desde el punto de vista de la renovación y la sucesión, por ejemplo la sucesión de días y noches, los hombres primitivos forjaron la primera forma de percepción del tiempo: el tiempo cíclico.
Habría notado también la existencia de otros fenómenos temporales con las mismas características: la luna mudaba su forma lentamente, las estaciones se sucedían unas a otras y, en el ámbito humano, el paso del tiempo daba lugar a una serie de procesos de tipo biológicos que no le eran en absoluto ajenos.
Ernesto Sábato nos explica cómo esa sensación de un tiempo ligado a la naturaleza y en especial a la tierra, da un contenido cualitativo a la percepción: "[...] El mundo feudal era un mundo cualitativo: el tiempo no se medía, se vivía en términos de eternidad y el tiempo era el natural de los pastores, del despertar y del descanso, del hambre y del comer, del amor y del crecimiento de los hijos, el pulso de la eternidad; era un tiempo cualitativo, el que corresponde a una comunidad que no conoce el dinero." (2). El párrafo anterior, al finalizar nos da una pista: al mundo cualitativo y su percepción cíclica del tiempo, se le va a anteponer otra cosa: un mundo y una percepción del tiempo transformados por influencia directa del dinero.
Pero aún no vamos a entrar a hablar del mundo moderno. Si bien es cierto que los ciclos son naturales, el hombre en el mundo antiguo y el medieval, los observaba, los gozaba o los padecía. Sin embargo en el trabajo, y en especial en el trabajo compartido, los hombres primitivos necesitaban ponerse de acuerdo en como eran los intervalos menores de tiempo que mediaban, por ejemplo, entre una salida y una puesta del sol. El trabajo tenía que ser cuidadosamente organizado en el tiempo.
Los cazadores tenían que actuar con frecuencia al unísono para atrapar su presa. Los pescadores tenían que coordinar sus esfuerzos para remar o recoger sus redes. Sabemos de diversos cantos que reflejaban las exigencias del trabajo. Para los remeros el tiempo se marcaba con un simple sonido de dos sílabas: ¡o-op! La primera señalaba la preparación, mientras que la segunda sílaba indicaba el momento de máximo esfuerzo.
Al aumentar el tamaño de las embarcaciones la voz de paleo fué reemplazada.
La nación-estado de Atenas, hace 2400 años, echó a navegar las aguas del Mediterráneo, los angostos y rápidos barcos Trirremes. Llevaban 170 remeros, cada uno manejaba un pesado remo y se movían sincronizadamente gracias a una especie de música tocada por un tripulante a través de un instrumento de viento. Los ritmos marcados a voz viva, fueron siendo reemplazados por ritmos marcados con golpes de tambor o por ritmos musicales.
Las poblaciones agrícolas, que necesitaban saber cuándo plantar y cuándo recolectar, desarrollaron una notable precisión en la medición de largos lapsos de tiempo, al desarrollar los primeros calendarios.
Pero al tratarse de medir lapsos cortos, los pueblos campesinos rara vez elaboraron unidades precisas. Dividieron el tiempo no en unidades fijas, con horas o minutos, sino con trozos indefinidos, imprecisos, que representaban la cantidad de tiempo necesario para realizar alguna tarea doméstica. Alvin Toffler cosechó y publicó una serie divertida de esos lapsos: "Un granjero podía referirse a un intervalo como <el tiempo de ordañar una vaca>. En Magadascar, una unidad de tiempo aceptada se llama <una cocción de arroz>; un momento se conocía como <el freir de una langosta>. Los ingleses hablaban de > -el necesario para una oración-, o más terrenamente, <el tiempo de una meada>" (3)
Por nuestra parte, nos enteramos de que en las zonas bañadas por el Mar Báltico, y que son compartidas por Alemania y Dinamarca, se solía hablar del tiempo de <fumar una pipa> y de <los ladridos de un perro>.

La división del tiempo.
Decíamos en unas líneas anteriores, que las poblaciones agrícolas, para desarrollar sus actividades necesitaban saber con precisión la medición de largos lapsos de tiempo.
Si se sabe medir el tiempo, se puede predecir el momento en el que se producirán los acontecimientos de carácter cíclico. Se puede indicar a los agricultores que ha llegado el tiempo de la siembra o que se acerca la estación de las lluvias. La agricultura originó los primeros calendarios.
Muchos pueblos antiguos habían determinado que luego de 365 puestas de sol, éste volvía a ponerse exactamente en el mismo punto del horizonte. De ese modo, determinaron un ciclo de 365 días, que es nuestro actual año.
Nuestro calendario actual es, con ligeras variaciones, una versión moderna del calendario vigente en Egipto desde el quinto milenio antes de Cristo, con un ciclo anual dividido en doce meses de treinta días, pero formados por tres décadas de diez días. Cada día lo dividieron en 24 horas.
Ese calendario contaba con cinco días suplementarios especiales, llegando así a los 365 días que tenía el año.
Los babilonios, en su calendario tenían semanas de siete días y a cada día le llamaron de acuerdo a las grandes luces celestes que ellos conocían, dando origen a los nombres por nosotros hoy conocidos.
La semana de siete días, los nombres de los días, los 60 minutos de la hora y los 60 segundos de la hora, fueron un aporte de los babilonios que luego adoptaron los romanos.
En la medida que se medía cada vez con más exactitud, se supo que los 365 días no son exactos: sobran 6 horas cada año. Luego de 1.461 años se pierde uno.
Julio César, en el año 46 antes de Cristo, encargó la corrección ante el desajuste del calendario. Le aportaron la creación de los años bisiestos, es decir cada cuatro años, existe uno de 366 días -el 29 de febrero-. Sin embargo esta corrección siguió acarreando un error: El defasaje no era de 6 horas exactas, sino de 5 horas y 49 minutos. En el conocido como calendario juliano, el error era 11 minutos por año.
Esos pocos minutos, se transformaron en días -12 exactamente-, cuando el Papa Gregorio XII reunió un comité científico para estudiar el problema. Con la solución a mano, el Papa ordenó que se pasara directamente del día 5 de marzo de 1582 al 15 de marzo de ese mismo año. Se recuperaron los doce días perdidos, a causa del calendario anterior y se instituyó una corrección a la utilización de los años bisiestos: a aquellos que terminaran en doble cero, es decir 1600, 1700, 1800, etc; no se les agregaría un día al mes más corto, no serían bisiestos. El año 2000, escapó a la regla anterior, en busca de ajustes aún más finos a la medición exacta del año solar.
Este calendario, es hoy conocido como gregoriano. Sin embargo su utilización fué resistida por países no católicos, por ejemplo gran Bretaña que lo adoptó doscientos años después. (4)

La sincronización del tiempo.
Hasta que la sociedad industrial introdujo la máquina y silenció los cantos del trabajador, la sincronización del esfuerzo, ya lo hemos contado era orgánica y natural. Nacía del ritmo de las estaciones y de los procesos biológicos, de la rotación de la tierra y, dicho un poco más románticamente, de los latidos del corazón.
En la sociedad industrial, las personas desde sus distintos intereses sociales, se enfrentaron al tiempo de modo distinto a la de sus antepasados y de sus contemporáneos agrícolas: En un sistema dependiente del mercado, ya se trate de un mercado dirigido o de un mercado libre, el tiempo equivale a dinero.
Los capitalistas no pueden permitir que sus máquinas costosas permanezcan ociosas, y funcionen a ritmos exclusivamente suyos, independientes del resto de la gran maquinaria productiva, comercial y financiera. Esto produjo uno de los principios más importantes de la civilización industrial: la sincronización. (5)
La producción fabril exigía, y sigue exigiendo, una sincronización refinada. Los trabajos fueron cronometrados y divididos en secuencias medidas en fracciones de segundo. Si un grupo de trabajadores de una sección se demoraba en la terminación de una tarea, otros situados más adelante en la cadena de producción se retrasarían también. Así, la puntualidad, nunca más importante en las comunidades agrícolas, se convirtió en una necesidad económica y organizativa. Y empezaron a proliferar los relojes de pared y de bolsillo. La historia del reloj merece un relato aparte, por ello no la incluimos aquí.
No solo la vida laboral quedó sincronizada, a partir de allí, ciertas horas quedaron reservadas para el ocio. Las vacaciones, fiestas o descansos de duración uniforme se concilian con los calendarios de trabajo.
Para que todo funcione surgieron especialistas en sincronización, desde programadores y controladores de fábrica, hasta policías de tránsito y programadores de vuelos aéreos.
Para la sociedad industrial fué necesario también educar para la sincronización, pues no es una coincidencia el que se les enseñe a los niños ya desde temprana edad a tener conciencia del tiempo. Desde entonces se condiciona a los alumnos a llegar a la escuela cuando sonaba la campana, a fin de que, más tarde, pudiera confiarse en que llegaran a la fábrica o a la oficina cuando sonase la sirena, o diese la hora justa. Graficando con mucho talento, el maltratado director de cine inglés Alan Parker nos conmovió desde The Wall, mostrando a los niños escolares sentados en sus bancos, montados en una cadena de producción en serie...
Toda imposición tiene resistencias. En el nuevo sistema industrial de tiempo también se manifestaron diferencias sexuales. Los hombres que participaban principalmente en el trabajo industrial fueron quiénes más condicionados quedaron por el reloj. Alvin Toffler lo dice así: "Los maridos se quejaban continuamente de que sus esposas les hacían esperar, de que no prestaban atención a la hora, de que tardaban una eternidad en vestirse, de que siempre llegaban tarde a las citas. Las mujeres, dedicadas fundamentalmente a labores caseras no interdependientes, trabajaban conforme a ritmos no mecánicos. Por razones similares, las poblaciones urbanas tendían a considerar lentos y poco formales a los habitantes del campo. <<¡Nunca llegan a la hora! ¡Nunca se sabe si acudirán a una cita!>> El origen directo de tales quejas radicaba en la diferencia entre el trabajo de la segunda ola, basado en una acentuada interdependencia, y el trabajo de la primera hora, centrado en el campo y en el hogar." (6)
Luego se necesitó también sincronizar al mundo: en la actualidad está dividido en zonas horarias. Por convención internacional el meridiano de Greenwich, en Inglaterra, se convirtió en el punto desde el que se medirían todas las diferencias horarias.

De lo circular a lo lineal.
La civilización industrial hizo algo más que dividir el tiempo en trozos precisos y uniformes. Colocó esos trozos en una línea recta, que se extendía hacia el pasado y hacia el futuro. Dió al tiempo una estructura lineal.
Nosotros, que hemos nacido en esta sociedad industrial tenemos tan profundamente incrustado en nuestros pensamientos que el tiempo tiene una configuración lineal que nos cuesta concebir ninguna alternativa. Sin embargo, muchas sociedades preindustriales, y algunas sociedades agrícolas aún hoy, ven el tiempo como un círculo, no como una línea recta. Desde los mayas hasta los hindúes, el tiempo fué una historia circular y reiterativa, repitiéndose a si misma indefinidamente, y con las vidas reviviéndose a si misma a través de la reencarnación.
En la filosofía griega de Aristóteles y Platón, también se encuentra la noción de tiempo circular.
Durante el tiempo medieval el poder estuvo concentrado en la propiedad de la tierra, se sentía al tiempo como algo fértil y lleno de plenitud y se lo asociaba al inmutable ciclo de la agricultura. El inicio del concepto lineal se encuentra en el fomento que le dió la clase mercantil y el nacimiento de una economía monetaria.
El origen de la concepción del tiempo lineal es fruto del mercantilismo, mientras como ya lo habíamos dicho, la sincronización del tiempo es fruto del industrialismo.
En efecto, las instituciones comerciales y financieras del capitalismo preceden a sus instituciones industriales. Las operaciones de crédito, ya legitimadas por la ley religiosa y por la ley civil, se extienden considerablemente y originan poderosas instituciones financieras (7). Raíz de ello es que el préstamo y el crédito no aceptarían jamás que el tiempo fuera circular en lugar de rectilíneo, pues cada vez que cierra un ciclo todo debería estar como antes. Dicho de otra manera, los plazos de devolución de préstamos y el cobro de intereses necesitaban de fechas venideras hacia adelante y no aquellas que vuelven a un punto inicial.
Al cobrar fuerza la era industrial, la interpretación mercantil del tiempo resolvió este viejo dilema: el tiempo es lineal. El tiempo lineal se convirtió en la concepción dominante en toda la sociedad industrial, oriental u occidental. A la concepción mercantil, se le superpuso otra. El tiempo lineal, pero visto desde los ojos y la conciencia del progreso. Una visión desde el positivismo. Nuevamente Toffler nos regala un texto ilustrativo: "[...] debe hacerse notar que la noción de tiempo lineal constituía un requisito previo de las con-cepciones industriales de evolución y progreso, pues si el tiempo fuera circular en lugar de rectilíneo, cada vez vuelta a empezar, todo debería estar como antes; sin embargo las ideas de evolución y progreso reflejan que cada momento es distinto del previo y también del posterior, cada situación es modificada -o bien mejorada- indefinidamente. Cada nivel de progreso es fruto de uno anterior".

En nuestros días, la concepción del tiempo lineal es la de un tiempo que se acelera cada vez más. La velocidad de los cambios da vértigo. En la concepción circular, por ejemplo para los budistas, a las sucesivas vidas se las veía como una rueda, la rueda de las reencarnaciones, de la cual si se escapa de ella se alcanza el nirvana (8).

En cambio hoy, para nosotros, ¿podremos escapar del tiempo acelerado? ¿Tendremos nuestro nirvana?


Notas:

(1) Anton Chejov. El monje negro. Biblioteca Pagina 12.

(2) Ernesto Sábato. Hombres y engranajes. Editorial Emecé. Buenos Aires 1981.

(3) Alvin Toffler. La tercera ola. Sincronización.
Plaza & Janes, Madrid 1985.

(4) Alberto Porlán. Cómo los antiguos inventaron el calendario. Revista Conocer. Enero 1992.

(5) Alvin Toffler. Idem.

(6) Alvin Toffler. Idem.

(7) "Con la Reforma, sobre todo con las reformas inglesas, se introduce en el cristianismo un espíritu nuevo más orientado hacia las cosas materiales, más abierto a las ocupaciones industriales y comerciales." Joseph Lajugie. Los sistemas económicos. La formación del capitalismo. Eudeba, Buenos Aires. Mayo 1984.

(8) La filosofía básica del budismo, incluye la creencia de que todas las cosas en el universo existen o tienen lugar debido a una única combinación de condiciones o causas indirectas. Esta idea de una realidad infinitamente cambiable e incierta ha conllevado al concepto budista de que toda existencia mundana es vacía o sin una sustancia tangible. Solamente aquellos que pueden ver claramente esa "vacuidad" o Vacío, podrán liberarse a si mismos del mundo material y los sufrimientos que le son inherentes. Esto es el estado de iluminación espiritual. En este punto, ellos pueden escapar al ciclo de reencarnación y proceder al nirvana, o estado de Buda. La iluminación se logra a través del estudio de textos budistas -sutras-, meditación, repetición del nombre de Buda o haciendo obras buenas.