sábado, 5 de septiembre de 2009

SOBRE EL TIEMPO Y EL TIEMPO DE TRABAJO - CAPÍTULO 7


La mano de Dios.

Tiempo, Universo y existencia.


por Bruno Pedro De Alto


“Las dudas, en materia de religión, lejos de ser actos de impiedad, deben considerarse como buenas obras, cuando proceden de un hombre que reconoce humildemente su ignorancia, y cuando nacen del temor de ser desagradable a Dios por el abuso de la razón.”

Denis Diderot (1)


Diderot, que junto a D’Alambert realizaron La Enciclopedia, monumental obra que pretendía la recopilación de todos los conocimientos de su época, era un apasionado, como todos los enciclopedistas, con los avances del conocimiento basados en la razón, el estudio de la naturaleza, la investigación y la búsqueda de los fenómenos objetivos; pero también incansable combatiente de las supersticiones, las creencias, los mitos y las religiones. Este filósofo francés, nacido en 1713, sintetiza el avance de las explicaciones científicas sobre el mundo y el universo, y del retroceso de las explicaciones religiosas, en especial la cristiana. Decía: “Los hechos que sirven de apoyo a las religiones son antiguos y maravillosos, es decir, lo más sospechosos posible para probar la cosa más increíble” (2).


El ideario moderno de la ciencia moderna hunde sus raíces en la Europa medieval, pero ha surgido bajo la influencia de los filósofos griegos. Estos creían profundamente en la fuerza del razonamiento sistemático, que al hombre le es posible descubrir la esencia del cosmos mediante el pensamiento lógico. Algunos, entre ellos Pitágoras, pensaban que el universo era matemático por naturaleza y que sólo se necesitaría desarrollar y perfeccionar las matemáticas para poder explicar todos sus secretos.


Por su parte, la teología judeocristiana aportó la idea de un Dios transcendente que creó el mundo y le impuso sus leyes. Luego, esta imagen fué tomada por el cristianismo. Desde esta perspectiva, la evolución del universo es comprensible: comienza con la creación y se desarrolla hasta alcanzar un estado definitivo. De modo que los acontecimientos y procesos ocurridos en la naturaleza aparecen como parte del plan divino.


Tomás de Aquino, en su doctrina imaginaba a Dios como algo perfecto y racional; es decir, consciente. Este Dios habría creado el universo como signo de su inteligencia superior.


Cuando Isaac Newton y sus contemporáneos del siglo XVII crearon los fundamentos de la física, estaban convencidos de que con sus descubrimientos seguían las huellas de Dios y de sus obras. Para él, el Tiempo Absoluto era una concepción de carácter teológico. Sus afirmaciones se basaban en la creencia de la Divinidad: “Dios, por existir siempre y en cualquier lugar, constituye la Duración y el Espacio”.


Cuando entre 1927 y 1933 Georges Henri Lemaître, un sacerdote belga dedicado a la astronomía planteó la idea original del Big Bang, una gran explosión que dió origen al mundo, la Iglesia Católica dió un suspiro: ése fué el momento de la Creación y, por lo tanto, obra de Dios.


En efecto, existe un paralelismo entre el Big Bang como hecho y la noción cristiana de la Creación a partir de la nada. En realidad la creación a partir de la nada no aparece en la Biblia, pero fué formulada más tarde para excluir la enseñanza gnóstica de que la materia es perversa, el producto de un ser inferior, no el trabajo de Dios. Al respecto es significativo que en 1951 el Papa Pío XII invocara la teoría del Big Bang: "Los científicos están comenzando a encontrar los dedos de Dios en la creación del universo".


Grandes sectores de la sociedad presta atención a las teorías científicas, sabe que se trata de ciencia, pero quiere que sea algo más que eso. En la reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia que tuvo lugar en Boston en 1993, una de las sesiones se dedicó a tratar El significado teológico de la cosmología del Big Bang. Los científicos y teólogos estudiaron conexiones entre la ciencia fundamental del Big Bang como está descrito por la teoría corriente, y la historia cristiana de la Creación (3).


El prestigioso astrónomo Stephen Hawking, relata un encuentro suyo con Juan Pablo II: “Mi interés por el origen y destino del universo se reavivó en 1981, cuando asistí a una conferencia sobre cosmología en el Vaticano. Después, nos fué concedida una audiencia con el Papa, que estaba aún recuperándose de un atentado contra su vida. Nos dijo que era correcto estudiar la evolución del universo después del Big Bang, pero no debíamos indagar sobre la Gran explosión en sí, porque ése fué el momento de la Creación y, por lo tanto, obra de Dios” (4). Sin embargo Hawking, en ese momento ya estaba especulando con la posibilidad de que Dios no tuviera un rol preponderante en el inicio del Universo. En aquella conferencia, en el momento de la entrevista el Papa no conocía el contenido de la intervención del científico, Hawking planteó la posibilidad de que el espacio-tiempo fuera finito pero que no tuviera frontera, como una esfera que tiene superficie, pero no bordes. Aquello significa que no hubo un comienzo.


Continúa diciendo el científico norteamericano: “La mayoría de la gente ha llegado a creer que a Dios permite evolucionar al universo según un conjunto de leyes, sin intervenir en él para quebrantarlas. No obstante, seguiría siendo asunto divino dar cuerda al reloj y elegir el momento de ponerlo en marcha. Mientras el universo tenga un comienzo, podremos suponer que tuvo un creador. Pero si el cosmos, en efecto, se contiene en sí mismo, ¿hay lugar para un sumo Hacedor?” (5)


La validez de las religiones queda nuevamente atrapada por las explicaciones científicas, sin embargo es el mismo Hawking que se permite dar un salto aún más atrevido: “Si la respuesta de la ausencia de límites es correcta, no tuvo ninguna libertad (el Hacedor) para escoger las condiciones iniciales. Solo pudo elegir las leyes que regirían su magistral obra. Sin embargo, es posible que no hubiera tal elección. En realidad, puede que exista sólo una teoría unificada que permita la existencia de estructuras tan complicadas como los seres humanos, individuos tan capaces de investigar las leyes del universo y preguntarse sobre la naturaleza de Dios”. (6)


Por cierto es posible explicar la conciencia de los seres humanos a partir de la existencia de la materia. Podríamos afirmar que la materia llegó al mundo, a partir del Big Bang, mediante la transformación de fotones en partículas elementales, procedentes de Dios (o no) para que la vida, la evolución, la conciencia y el tiempo pudieran desarrollarse. Sin sucesos no hay tiempo; sin tiempo no hay noción; sin noción, no hay conciencia, y sin conciencia, no hay evolución. Más aún, el argumento de que sin tiempo no hay conciencia lo expresa Einstein.


Especula que los seres luminosos carecen de conciencia, porque no viven en absoluto. El tiempo no pasa para ellos. Mientras el universo a su alrededor se precipita a una muerte inexorable, las partículas luminosas están congeladas en una burbuja de tiempo. El Premio Nóbel se permite dudar ¿Será algún modo de inmortalidad?


La ciencia, en definitiva sus hombres, según sus avances, deseos, retrocesos y prejuicios, se ha subordinado, ha incluido y ha rechazado a la religión.


Paul Davis (7) nos estremece, nos hace dudar como diría el bueno de Diderot. Expresa de una bella manera, y además científica, la posibilidad, a pesar de todo, de un Dios Creador: “Yo creo que la coincidencia entre seres racionales, capaces de pensar matemáticamente, y la estructura matemática de su mundo es tan improbable que tiene que ser única. La relación descrita entre matemática y mundo natural nos proporciona una cadena de pruebas en favor de que la inteligencia no ha surgido casualmente en el universo, sino que es propiedad fundamental de éste. [...] desde algún tiempo, los científicos han percibido que nuestra existencia depende con una gran exactitud de toda una serie de circunstancias evidentemente felices. [...] Sólo en un universo con leyes y condiciones como las que se dan efectivamente en el nuestro podrían surgir seres racionales y preguntarse luego por el sentido de la vida.


De un modo extraño, quizá por caminos inescrutables, parece que hubo algo o alguien que quiso que los humanos estuviéramos aquí.”


Notas:

(1). Denis Diderot. Obras filosóficas completas. Editorial Cía. Argentina de Editores, Buenos Aires, 1962.

(2) Idem.

(3) Georges Smoot. Arrugas en el tiempo. P&J. 1994.

(4) Stephen Hawking. Historia del tiempo. Una guía para el lector. Recopilado por Gene Stone. Editorial P&J. Barcelona, 1993.

(5) Idem.

(6) Idem.

(7) Paul Davies. La mente de Dios. Editorial P&J, Barcelona, 1994. Davies es Profesor de Física Teórica en la Universidad de Adelaida, EE.UU.