por Bruno Pedro De Alto
Mi libro "Autonomía Tecnológica. La audacia de la
División Electrónica de Fate", se escribió entre diciembre del 2010, y
diciembre del 2012. En enero y febrero del 2013 se hicieron correcciones, y
salió finalmente impreso en abril del 2013. Para un adventicio escribir un
libro es una tarea titánica. El proceso está lleno de situaciones tediosas,
como las sucesivas correcciones de estilo; otras luminosas, como encontrar la
fuente original que es citada por otros; y también algunas anécdotas que tal
vez interesen al lector, o al curioso. El detrás de escena, y la cocina del
libro. Voy por esta última cuestión. Antes de contar la anécdota, hago una
breve reseña del libro y su trama.
La División Electrónica
fue una diversificación de la empresa nacional de neumáticos Fate.
Iniciada en 1969, tuvo una crisis importante y desenlace trágico en 1976, con
el Proceso de Reorganización Nacional. La dictadura de Videla y Martínez de
Hoz. Fate, en aquellos momentos era presidida por Manuel Madanes, y tenía como
socio rutilante, a José Ber Gelbard, que en 1973 asumió como ministro de
economía de Cámpora, y siguió con Juan Perón e Isabel Perón. Renunció en 1974.
La dictadura que había derrocado a Perón, también se ensañó
con la Confederación General Económica, la CGE, construida por Gelbard para
representar a los empresarios nacionales. La CGE fue suspendida, incautados sus
recursos y personería; por lo tanto, el inhibido presidente de la central
empresaria, necesitó ayuda.Fue cuando Fate, fundada por los hermanos Adolfo y Manuel
Madanes, le dieron empleo a Gelbard. O tal vez, lo cobijaron en la estructura
empresarial para que pueda continuar su tarea de organización empresarial y
lobby. Con esa protección, Fate le devolvía un favor importante a Gelbard. Años
atrás, la empresa de neumáticos sufrió restricciones para hacerse de dolares.
Adolfo Madanes, cercano a la CGE, le pidió a Gelbard una gestión ante el
gobierno de Perón para poder acceder a los dólares que necesitaba y estaban
restringidos para la economía general. El favor se realizó.
Cuando Gelbard ocupó la pequeña oficina ubicada en Garay Nº1
de la porteña ciudad de Buenos Aires, pudo cobrarse aquella gestión y tener un
escritorio para reconstruirse como el gran arquitecto del movimiento empresario
nacional y del Pacto Social que llegaría a la economía argentina en 1973.
En el ínterin, la mayor amistad y confianza de don José,
pasaría de Adolfo a Manuel Madanes. Con él lograría un movimiento societario de
magnitud en Fate. De empleado, pasaría a ser socio, y junto a Manuel, lograr el
control de la firma. Adolfo quedó desplazado, quejoso de la entrada de la
política a la empresa. Gelbard y Manuel crearon una empresa controladora del
Grupo Fate, donde el primero tenía el 19% de las acciones.
Desde esa posición empresaria, sus contactos políticos, y
los buenos oficios de lobby, don José ayudó a Madanes en la diversificación del
negocio con la División Electrónica de Fate y la adjudicación de la planta de
aluminio y la Central Eléctrica de Futaleufú para Aluar, empresa novel del Grupo
Fate.
La División Electrónica de Fate será la historia que escribí
en el libro "Autonomía Tecnológica". Aluar será en gran parte uno de
los factores de la tragedia del Grupo cuando llegó la dictadura en 1976. Las persecuciones,
secuestros, tortura, saqueo, exilio y muerte, fueron los componentes de la
tragedia de Madanes y Gelbard. La División Electrónica se verá muy dañada en
esos momentos, y cierra de manera definitiva en 1982. En cambio, Aluar y Fate
siguen, pero el 19% de las acciones del Grupo que las controlaba, se las
apropió de manera indebida el Estado Nacional. Recién en el gobierno de Raúl
Alfonsín el hijo de Gelbard recuperó el capital expropiado a su padre ya
fallecido en el exilio.
Hecho este racconto,
vuelvo al libro "Autonomía Tecnológica". Avanzado el mismo, imaginé
tener tres prólogos, que de alguna manera expresaran el triángulo de Sabato. Es
decir, un testimonio de un funcionario estatal, de un científico, y de un
empresario. El primer caso, lo logré con Carlos Gianella, quien trabajaba en
Ciencia y Tecnología de la provincia de Buenos Aires. El segundo, también lo
logré con Pablo Jacovkis de Ciencias Exactas de la UBA. El tercero,
"debía" ser un Madanes.
Para ese entonces, el control accionario del Grupo había pasado
al hijo de Adolfo Madanes, es decir, Javier Madanes Quintanilla, quien aún hoy
es el presidente de Fate y Aluar. Para poder entrevistarlo y pedirle el
prólogo, intenté las vías formales: cartas y mensajes al área de Relaciones
Institucionales de Fate, pero había sido infructuoso. Cero respuestas.
Puedo afirmar que, ya por marzo del 2012, daba por perdida
la esperanza de tener ese prólogo empresario. Solo el azar podía dar vuelta la
situación. Recuerdo la noche aburrida donde el zapping en la TV me trajo el
primer paso de mi fortuna. Estaba al aire un programa de la señal "El
Garage", que se dedicaba a temas del automóvil en general. El cronista
estaba en un evento, donde la empresa Fate presentaba su sociedad con el
estudio de diseño automotor de Milán del famoso Pirinfarina. El logro de la
sociedad eran nuevas cubiertas dibujadas por el italiano y hechas por Fate.
Entonces, sorpresivamente para mí, en la pantalla de la TV el
cronista entrevista al CEO de Fate, Javier Madanes Quintanilla, cuyo rostro yo
desconocía hasta ese momento. Y su rostro es clave en este relato. Los Madanes,
tienen un rostro duro, de pliegues profundos, muy particulares: nariz ancha,
labios rectos, pómulos marcados, es decir, un rostro difícil de olvidar.
Mientras lo veía y oía por la TV, le hablaba en silencio: "necesito tu
prólogo".
Sin embargo, a pesar de quedar ese rostro grabado en mi
mente, no había avanzado nada en obtener el contacto y menos una entrevista.
Ese registro solo podía servir si me lo encontraba cara a cara, por azar, en la
calle... u otro lugar.
Un par de semanas después, tuve que irme de viaje a Puerto
Madryn, por una actividad que se realizaba en la UTN de allí. Les voy
adelantando, o informando: en Puerto Madryn está la planta de aluminio de
Aluar, empresa del Grupo Fate.
Estando en el preembarque de Aeroparque, me encontré
observando a dos señores pasajeros que me llamaron la atención inicialmente por
un detalle: no tenían equipaje de mano, a diferencia de mí, que tenía campera
en mano, mochilla y una bolsa con papeles, etc, etc. Ese contraste me distrajo
de otras cosas, y me ocupó en observarlos.
Los dos señores eran mayores, tal vez 70 años, uno, 75 el
otro. Uno alto y delgado con pelo cano, el otro, bajito y pelado. Con
mocasines, pantalones de gabardina, camisa y saco azul. Y nada en las manos...
no, miento. El bajito tenía en las manos, un libro. No cualquier libro.
El señor bajito tenía en sus manos, un libro grueso, uno de
los cinco volúmenes de "La voluntad. Una historia de la militancia
revolucionaria en la Argentina", la colosal obra de Martín Caparrós y
Eduardo Anguita. Yo lo había leído también, y tenía claro que no es un libro
que se lee sin compromiso político o interés por la historia argentina. Eso
también transformaba a uno de ellos en una persona espacial. Pero, ambos: ¿Quiénes
eran? ¿A que se dedicaban? ¿A dónde iban?
Llega el momento del embarque, y los pierdo de vista, y de
interés inmediato. Lo mío era subir al avión y viajar a Puerto Madryn. Ya
sentado y con el cinturón de seguridad abrochado, en la tercera o cuarta fila
contando desde la punta del avión, me entretengo observando el ingreso del resto
de los pasajeros y pasajeras. En esa situación veo pasar a los dos señores del
preenbarque, y detrás de ellos, apurado, como si hubiera llegado tarde, otro
señor. Tal vez un poco más joven, y de rostro duro. Mostraba un rostro que es
difícil de olvidar. Era Javier Madanes Quintanilla.
Mi cinturón de seguridad se transformó en ataduras. Quise
saltar del asiento, pero la estreches, la rapidez de los movimientos de un
Madanes apurado, y la misma sorpresa mía atentó a que pudiera hacer algo útil a
mi deseo de contactarlo en tan extraña casualidad. Las aproximadamente dos
horas de vuelo fueron de intranquilidad, angustia, alegría y confusión. Torné
mil veces mi cuerpo y cuello para mirar hacia las filas de atrás, intentando
saber dónde estaba sentado Madanes. No lo podía ver. Luego empezó a asaltarme
la duda: ¿y si no era?, ¿y si era otra persona? Podía pararme y empezar a
caminar por el pasillo del avión y mirar todas las caras, de a una, para
encontrar aquel duro rostro conocido por TV y visto como un relámpago en una
cabina de avión. Por otro lado, el saber que íbamos hacia a Puerto Madryn,
donde está Aluar, me forzaba a pensar que estaba en lo cierto, que era la misma
persona que vi en la TV y que yo estaba deseando encontrar hace semanas. Era el
hijo y sobrino de personajes principales del libro que me había costado dos
años investigar y escribir, y estábamos en el mismo avión, y hacia el mismo
lugar.
Sin embargo, me acobardé. No me animé a pararme y salir a
buscarlo por la cabina del avión. Me sentí insignificante, un simple escritor lego,
frente a uno de los más poderosos empresarios nacionales. Lo mío podía
parecerle ridículo a él, y en ese contexto tan extraño, no sería raro que me
ninguneara. Me resigné a una segunda oportunidad: el desembarco, al llegar a
Madryn. Error, en tierra firme no lo vi a él, ni a sus acompañantes. Eso de
viajar sin equipaje de manos, debió ser extensible a no llevar valijas que no
debieron esperar. Seguramente al dueño de Fate y Aluar los esperaban y se lo llevaron
rápido. Mientras tanto, yo, el escritor insignificante y deprimido, se quedó
esperando sus valijas, con campera, mochila y bolsa en mano.
Aquella actividad en la UTN de Puerto Madryn la compartí con
un docente de la UTN de La Plata, que se llama José Macca. A José le conté
aquella aventura de final fallido. Tal vez para esperanzarme me dijo que quizá
en el viaje de regreso...
Con Macca, a la tarde siguiente, volvimos juntos en el mismo
vuelo. A pesar de las esperanzas que me había sembrado mi compañero, no los vi. Ni al señor alto, delgado y canoso;
tampoco al petiso calvo, ni mucho menos, a Javier Madanes Quintanilla. Al bajar
cada uno se quedó con sus propias situaciones. Las mías seguían siendo el
equipaje despachado, y me acerqué a la calesita donde éstos van apareciendo
para ser retirados nuestros petates. Todos sabemos que la espera al lado de la
calesita del equipaje es un lugar donde parece que el espacio falta, y todos
nos encimamos para lo mismo: reconocer nuestra valija y tomarla antes que pase
de largo. Algo así como una competencia que depende del azar de cómo fue
despachado el equipaje en el aeropuerto de origen del viaje. Volví a usar la
palabra azar.
Mientras esperaba mi equipaje, me di cuenta que estaba muy
encimado a una persona que estaba un poco atrás, y un poco a mi derecha. Me dí
vuelta para disculparme. Al verlo y reconocerlo, no logré decir ninguna
disculpa. El azar se había trasformado en realidad. Estaba al lado del presidente
de Fate y Aluar, el poderoso empresario nacional, hijo de Adolfo y sobrino de
Manuel, el señor de rasgos duros y marcados que estaba semanas atrás en la TV,
hablando con un cronista del "El Garage" sobre los diseños de
Pirinfarina. Esta frente a frente a Javier Madanes Quintanilla.
Increíblemente no me costó mucho rearmarme desde la
sorpresa, me di cuenta que solo tenía unos segundos para obtener algo de ese
encuentro fortuito, y le lancé una pregunta que desencadenó este diálogo y
situación:
- Disculpe. Usted es Javier
Madanes Quintanilla?
- Sí. ¿Qué tal?
Nos dimos la mano para saludarnos.
- Soy Bruno De Alto, y estoy
escribiendo un libro sobe la experiencia de la División Electrónica de Fate. He
estado hablando con parte del equipo de aquella división, e investigando mucho.
Me gustaría que usted me prologue el libro.
Madanes se dió vuelta y dijo en voz bastante alta:
- Vení Daniel, esta persona está
escribiendo sobre Fate Electrónica.
Ahí cerca estaban los dos señores de saco azul, el alto y el
bajito. Me saludaron, eran Daniel Friedenthal, vice presidente del Grupo, el
alto; y Carlos Leyba, economista y asesor del Grupo, el bajito que leía
"La Voluntad".
A los tres juntos les volvía a explicar mi interés y mi
libro. Finalmente Madanes le dice a Friedenthal que me atienda, porque "Él
estaba en la empresa en esa época y se debe acordar de los detalles". Es
cierto, Daniel era hijo de Rebeca Madanes, hermana de Adolfo y Manuel, mientras
que el padre de Javier se había alejado temporariamente del Grupo, disgustado
por la maniobra societaria protagonizada por Gelbard y Manuel.
Sin embargo, estos breves minutos se agotaban, y tenía que
cerrar algún trato de un nuevo encuentro. Ofrecí mi tarjeta personal de la UTN
y se la di a Friedenthal. Lo miré a los ojos, y muy firme le dije "Espero
tu llamado". Ya recontra agrandado, mientras salíamos hacia la puerta,
todos con sus respectivos equipajes, le dije al vicepresidente: "Daniel,
por favor, no te olvides de llamarme".
Al día siguiente, la firmeza había caducado. Me ponía a
pensar seriamente, y lo lógico era que aquel episodio había sido todo lo
posible de lograr. La aventura de un aval al libro, hecho por la propia empresa
y sus directivos, a pesar del azar, no era posible. Era lógico, había una
sideral distancia entre un ignoto escritor de una historia en parte heroica, en
parte dramática, y los descendientes de los protagonistas que probadamente la
habían olvidado institucionalmente.
Más allá de la lógica, pensar eso, me ponía triste y
frustrado.
Pero la memoria es tozuda, aunque se disfrace de azar.
Pasados unos pocos días recibo un mail institucional de Aluar. En él, Adriana
Edith Menghi, la secretaria de Daniel Friedenthal me informaba que el
vicepresidente de Aluar me esperaba en sus oficinas de San Fernando, en la
planta de Fate. No recuerdo exactamente cuál fue mi reacción, pero no exagero
si digo que fue un puño cerrado, con un pequeño temblor y un “¡Bien!”, dicho
entredientes.
En la fecha
determinada, fui a la Planta de Fate y fui recibido por Daniel Friedenthal.
Fue una reunión relajada, donde lentamente descubrí que las autoridades de la
empresa tenían muy claro y valorado el esfuerzo tecnológico de aquella
diversificación en electrónica digital. Sin embargo, por razones muy profundas
y que no las expresó, la División Electrónica de Fate pasó al olvido.
Por momentos, Friedenthal se iluminaba y señalaba a través
del ventanal: "¿Ves, allá, ese galpón? Ahí empezó el proyecto
electrónica". En otro momento, quería saber exactamente que me habían
contado los ingenieros y técnicos de la División, dándome a entender que esos
podían ser relatos con mala animosidad para la empresa.
Insistí varias veces en la necesidad de recupera esa
historia para que se hiciera pública, que yo lo iba a hacer, pero sería muy
valioso que la empresa me acompañara de manera positiva. Casi al final de la
entrevista, cedió un poco, y reconoció que eran hechos donde el tiempo había
pasado en demasía.
Frente a esa concesión, le pedí el prólogo. Para ello le
entregué una copia impresa y anillada de la última versión del libro para ese
entonces. Le pedí que lo leyera, y expresé que me gustaría tener un prólogo de
Javier Madanes Quintanilla. Nos despedimos, y volví a la espera de novedades.
Mi imaginación voló una vez más, y se configuró que
Friedenthal, leería el borrador, le gustaría mucho y escribiría un prólogo. El
ciclo del olvido empresarial, quedaría salvado. Sin embargo, no ocurrió así.
Mejor dicho, cerraría de otro modo impensado.
Pasaron varios días, hasta que recibí un llamado telefónico.
Ahora, quien me hablaba, era Carlos Leyba, el señor calvo y bajo que leía
"La Voluntad". Con Carlos Leyba nos reunimos dos veces para hablar de
la División Electrónica de Fate. Desde aquel entonces, he seguido su
trayectoria y enseñanzas. Su destaca personalidad merece los siguientes
párrafos.
Militante de la Democracia Cristiana, en la decada de los
60, junto a los dirigentes de esa fuerza política, el joven Carlos Leyba,
economista asesor de Fate y con contactos con la CGT, se integra a los equipos
técnicos del Pacto Social que lideraba José Ber Gelbar. Finalmente asume en
1973 con el cargo de Secretario de Programación y Coordinación Económica del
Ministerio de Economía. Cuando se lo señala como redactor del Pacto Social, se
esfuerza en afirmar que fue apenas quien escribió lo que otros le dictaron:
"El acta de compromiso la escribí yo, era la pluma. Yo era el responsable
del Plan Trienal." Hoy sigue convencido que el desarrollo del país, es
"Concertado y con largo plazo".
Esta vez, la cita fue en las oficinas de Aluar de la calle
Marcelo T. Alvear, casi esquina Florida. Me anuncié y me invitan a esperarlo a
Leyba en una sala de reuniones que está justo frente al hall de entrada y donde
se veía el ascensor. La sala estaba decorada con fotos de la construcción de la
planta de Aluar, y en el piso había un lingote de aluminio, con el logo de
Aluar y la fecha 27 de julio. Se trata de la fecha de inauguración de la Planta
de Puerto Madryn, en 1974. Recordemos: Fate era y sigue siendo una gran empresa
nacional de neumáticos, Aluar, empezaba, sería y es la gran empresa nacional de
aluminio, cuando se dio la experiencia de electrónica que yo estaba
escribiendo. Con mi libro me había quedado en 1976, y el grupo, para sobrevivir
(literal) se aferró a los gigantes, y sacrificó al sueño de la autonomía tecnológica.
Sin dejar de ser un escritor lego, ya era un estoico.
Era pasado el mediodía, y veo que por el ascensor emergen,
nuevamente los tres hombres del aeropuerto: Madanes, Friedenthal y Leyba. Me
saludan los tres, y Leyba se queda conmigo. De aquellos diálogos, dos reuniones
bastantes largas y llenas de gentilezas y colaboración, entiendo que tanto
Leyba como Friedenthal se ocuparon de garantizar la imagen de los orígenes de
Fate, y en especial, la relación entre Manuel Madanes y José Ber Gelbard.
Leyba tenía en mano, un mail impreso, que deduzco estaba
escrito por Friendenthal. Les interesaba saber cuáles eran mis fuentes. Las
fuentes directas, donde puede reconstruir el proceso tecnológico, me las dieron
en largas entrevistas el Gerente General de la División, Roberto Zubieta y gran
parte de su equipo. En cambio, la información sobre los orígenes de la empresa
y el rol de Gelbard en Fate, provenían de dos fuentes secundarias: los libros
de María Seoane y de Isidoro Gilbert. Ambos vinculaban fuertemente a Gelbard
con el Partido Comunista Argentino, donde habría sido uno de sus
administradores. Por lo tanto, aquella supuesta ligazón entre el PC y Fate, que
la dictadura uso en parte para desencadenar la tragedia en la familia de los
Madanes, era molesta.
Leyba me aseguró que Gelbard no trajo capitales a Fate, el
19% fue una concesión de Manuel para posicionarlo dentro del directorio. Ésta,
y otras correcciones, como por ejemplo las que me proveyeron sobre Leiser
Madanes, el abuelo de Javier, el primero de los Madanes en Argentina, fueron el
foco de sugerencias de cambios. Entre una fuente primaria y una secundaria, sin
duda opté por la primera. Con esos arreglos hechos, volví a pedir el prólogo.
En una charla telefónica posterior, Carlos Leyba me informa finalmente que no
tendré el tercer prologo tan ansiado. La sentencia fue hecha en todo cordial,
pero sin explicación, ni justificación.
La aventura del tercer prólogo había tenido tantos
banquinazos, que se hacía difícil aceptar que había fracasado. Visto desde lo
inmediato, era un bajón. Como otras tantas veces, me rearmé y seguí adelante. El
texto había conseguido información de primera mano en otro de los capítulos importantes
del libro. Los orígenes de la empresa nacional Fate. Incluso, aquel encuentro
con Javier y las charlas con Daniel también fueron en parte relatados.
Sin rencores, a principios de mayo del 2013, una vez impreso
el libro, llevé a la planta de San Fernando de Fate, un sobre. Dentro del
sobre, había tres libros de “Autonomía Tecnológica” uno para cada uno de ellos,
con una dedicación personal. Los dejé en la guardia. Inmediatamente envié un
mail a Adriana avisando del presente dejado.
Un mes después, a principios de junio, recibo un llamado de Adriana.
Me pregunta si le puedo vender a Fate, diez libros de “Autonomía Tecnológica”. Sin
prólogo, es cierto, pero las autoridades de Fate me seguían sorprendiendo. Hice
los arreglos con la editorial Ciccus, que también entusiasmada con el pedido le vendió
diez libros y le entregó doce ejemplares como atención.
Los sucesos, aquí relatados, merecían ser contados ampliamente.
Por razones de fluidez en el relato, y por pertenecer a la cocina del libro, nunca
habían sido escritos ni en el libro, ni en otro lado. En el libro, aquellos momentos habían quedado de la siguiente manera:
Debido a mi interés de conocer la opinión de la actual conducción de
Fate sobre aquellos hechos históricos, intenté un acercamiento formal, vía mail
y llamadas telefónicas que no tuvieron éxito. Todo parecía indicar que en ese
ámbito primaba el olvido sobre la memoria. Pero, sin embargo, como dije
anteriormente, la memoria es tozuda y se disfrazó de azar. A principios del año
2012, por motivos laborales viajé a Puerto Madryn, y me topé sorpresivamente en
el sector de despacho de valijas del aeropuerto con Javier Madanes Quintanilla,
presidente de Fate, y con Daniel Friedenthal, vicepresidente. En breves
segundos me presenté y les comenté que estaba trabajando en este tema y, para
mi sorpresa, los empresarios valoraron el rescate histórico que estaba haciendo
y me brindaron la oportunidad de varias entrevistas en la sede de la empresa.
Daniel Friedenthal encabezó las reuniones, dado que fue quien más
cercanamente había estado involucrado con la experiencia. Según sus
expresiones, Fate está orgullosa de la experiencia de la División Electrónica
porque fue una muestra de la capacidad tecnológica de la empresa y de aquellos
protagonistas.
También reconoció como dramática, y por lo tanto traumática, las instancias
de su cierre. A las causas las colocó en el ámbito de decisiones empresarias
fundadas en razones económico-financieras. Sin embargo, ante mi planteo, que
dicha decisión se tomó en un contexto político represivo y de hostigamiento
general a la empresa, Friedenthal asintió y reconoció que aquellos sucesos
violentos crearon una atmósfera difícil de asimilar. Apareció entonces en la
conversación la palabra “tragedia”.
Entre los sucesivos intercambios que se fueron dando desde aquel
momento del encuentro en el Aeropuerto hasta el cierre de la redacción de este
libro, la tozuda memoria le ha ganado terreno al olvido. Como dijera
Friedenthal, luego de un largo suspiro que lo habilitó a expresar con más
claridad la voluntad de reencontrase con la experiencia de la División
Electrónica, en tanto logro y tragedia: “Es que ya han pasado casi cuarenta
años…”