Los industriales argentinos, organizados como Unión
Industrial Argentina (UIA), conmemoran cada 2 de septiembre el Día de la
Industria.
por Bruno Pedro De Alto
Es duro para los entusiastas del desarrollo industrial nacional descubrir que la fecha elegida para conmemorar a la actividad fabril recuerda un hecho vergonzoso, haciendo casi imposible alguna defensa sobre lo acertado de la fecha. El historiador Felipe Pigna, divulgó recientemente el indecoroso dato más importante de la anécdota: el Día de la Industria conmemora también un contrabando encubierto.
Al final del relato haremos el esfuerzo de encontrar y destacar una insipiente, escondida, pero persistente
tozudez del desarrollo productivo local entre semejantes ignominias.
La UIA nació el 7 de febrero de 1886, al reunirse dos
organizaciones patronales preexistentes. Esa fecha fue tomada acertadamente
como Día de la Unión Industrial Argentina y era utilizada para eventos
reivindicativos, como correspondía: en la Argentina de aquellos tiempos, el
campo era todo.
Durante la década de los años 30 se hace cargo de la
Organización Luis Colombo, múltiple empresario, de corte proteccionista en lo
industrial y conservador en lo político, quien promueve una serie de acciones
que la van llevando a la UIA a configurarse como la influyente representación
empresarial que conocemos hoy. No es casual: la Argentina vive el despertar del
proceso de sustitución de importaciones, y la industria va dejando de ser un
sector subsidiario de la gran actividad agrícola ganadera.
Colombo llena de contenidos simbólicos a la UIA con la clara
intención de darle identidad. Para homenajear a la industria, y no a la
organización patronal, Colombo promueve el 2 de septiembre de 1931 como Día de
la Industria Nacional, y se remonta a un hecho de 1587. Aquí tenemos la primera
sorpresa: la fecha es claramente previa al desarrollo industrial nacional
argentino, pero rescata a las manufacturas coloniales del territorio aún
español que luego sería Argentina. Lo que busca Colombo es señalar que antes
del desarrollo del modelo agroexportador, había producción local. Saca una
ventaja temporal. Hurga en la historia y rescata a las producciones coloniales
que se localizaron particularmente en la colonial Gobernación del Tucumán. Es
forzado, la colonia no era Argentina aún y no era industria, ni siquiera
existía el concepto, porque eran manufacturas artesanales.
No sabemos si el dirigente fabril sabía con detalles el caso
elegido, en especial el capítulo del contrabando…
Vamos a contarlo. A finales del siglo XVI, la colonización de
América había sumado a la explotación de oro y plata, distintos negocios. Uno
de ellos era la venta de aborígenes que llevaban adelante los encomenderos. Juan
Ramírez de Velasco, como primer gobernador del Tucumán (actuales Jujuy, Salta,
Catamarca, Tucumán, La Rioja, Santiago del Estero y Córdoba) entre 1584-1593
combatió esa práctica, y aún más: se empeñó en evangelizar a los aborígenes.
Al crear en Tucumán la Diócesis de Tucumán dependiente del
Arzobispado de Lima y dada la abundancia de obispos y curas en Lima, el
gobernador se abocó a conseguir allí al nuevo Obispo. La tarea no resultaba
fácil: dejar la ya importante ciudad de Lima por el precario territorio de
pobres aldeas dejó la suma de cuatro intentos y respectivos fracasos de autoridad
religiosa para Tucumán.
No resulta raro entender porque el quinto candidato lo aceptó:
era un malandra y llegó para hacer negocios. Era el sacerdote dominicano
Francisco de Victoria, o Vitoria.
Apenas instalado como obispo y casi sin empezar su tarea
pastoral, puede decirse que nunca la inició en realidad, viajó a Brasil. Tenía
un plan.
Su mandato estuvo marcado de permanentes quejas por los
cristianos de la gobernación: se dedicaba la mayor parte del tiempo a
actividades de venta de vacunos, ausentándose largas temporadas, especialmente
en Potosí. Los vecinos decían que el obispo los maltrataba, no frecuentaba el
púlpito ni las procesiones, cobraba comisiones por avalar concubinatos,
excomulgaba a sus detractores, etc. El Gobernador informó que el obispo
Victoria había vendido y falsificado registros oficiales, en su propio y
exclusivo beneficio de unos 4.000 indígenas del Tucumán.
Pero volvamos al plan Brasil del obispo Victoria. En 1585 el
obispo comisionó al Tesorero de la Iglesia y a un sirviente personal para traer
mercaderías del Brasil. La comisión partió del puerto de Buenos Aires. Fue un
viaje de 15 meses con dificultades, pero lo peor ocurrió al llegar con las
mercaderías y esclavos a la boca del Río de la Plata. Allí los abordaron barcos
piratas que los despojaron de todos los bienes. Parece que a valores actuales,
el daño económico del obispo y sus financistas fue de unos 9 millones de
dólares.
Enterado de todo esto, el gobernador Ramírez de Velazco prestaba
cada vez más atención a las actividades de Victoria, informa a España todas
estas trapisondas del religioso, intentando su expulsión del Tucumán.
El suceso que dará fecha al Día de la Industria es el
siguiente.
Victoria pretende ahora vender mercancías a Brasil, pero el
negocio verdadero será llevar oro y plata escondido, y solo declarar una
pequeña parte y pagar el tributo al rey por esa ínfima cantidad.
Para generar confianza, recoge una cantidad importante de
artesanías que se elaboraban en la región. No eran productos industriales, no
existían en el mundo tal tipo de actividades económicas hasta avanzado el siglo
XVIII, sino manufacturas hechas en una importante cantidad de talleres
artesanales esparcidos por la región noroeste de la actual Argentina. Llegan al
puerto de Buenos Aires en 30 carretas tucumanas, según el puntilloso detalle
del historiador Guillermo Furlong: “25 pabellones (probablemente cortinas para
camas y altares), 38 frazadas, 51 cubrecamas, 180 costales, 212 sombreros, 526
pieles curtidas de cabrita, 546 metros de tela burda de lana, 571 metros de
tela de algodón, 581 metros de tela delgada de lana y 1824 kilogramos de lana”.
Pero el gobernador lo deschavó: Victoria envió al Brasil mucha
más plata y oro que la que declaró, sacándolos del territorio sin pagar el
porcentaje que le correspondía al rey, el llamado quinto real, es decir un 20%
del precio o valor del bien. El obispo contrabandeó una cantidad que nadie supo
calcular, aunque sabemos que había tenido en el año anterior pérdidas
equivalentes a 9 millones de dólares actuales, que bien quisiera recuperar...
Este segundo barco, cumplió exitosamente la misión comercial
que algunos consideran la primera "exportación industrial" argentina.
Partió de Buenos Aires el 2 de septiembre de 1587, fecha que siglos después
será el Día de la Industria Nacional por voluntad política de la UIA. Ahora
sabemos que fue un brutal contrabando, entremezclado con manufacturas
artesanales que no eran industriales, de una región que aún no era Argentina.
Hay argumentos sólidos que avalan el esfuerzo de la gremial
empresaria en darse una fecha relevante y en oposición a aquellas que vendrán
con la Argentina empoderada en su modelo agroexportador: la Argentina que nació
en la segunda mitad del siglo XIX. Colombo, era un hombre que tenía esa
voluntad. A lo mejor creyó que aquella exportación fuese el mejor símbolo, o
menospreció la posibilidad de que algún día se conociese la verdad.
Vamos a tirarle al suceso una soga en auxilio.
Los productos norteños, y el metal precioso oculto, viajó del
norte al puerto de Buenos Aires en las míticas carretas tucumanas. Producidas artesanalmente
por carreteros (nombre que coincide tanto para quien las elaboraba como conducía)
que aplicando técnicas instauradas por el poderoso gremio español Real Cabaña
de Carreteros, se habían adaptado a estas distantes latitudes. Eran hechas íntegramente
en madera, no había metalurgias en esta parte del continente. Para una buena
manufactura, se contaba con los ladinos, pueblo originario del Tucumán, pueblo
que desarrollaba la carpintería con destreza: era un pueblo que habitaba los
montes tucumanos desde épocas precolombinas.
Los talleres carreteros, las hilanderías y tejedurías, entre
otros, fueron las industrias que empezaron a debilitarse a partir de las erráticas
políticas de los gobiernos revolucionarios que nacieron en 1810, y finalmente
sucumbieron con el libre cambio señoreando el país a parir de la segunda mitad
del siglo XIX. Hubo que esperar medio siglo más, para que en Argentina se empezase
a hablar de industria nacional.
Bibliografía.
Lebedinsky, Viviana. De
mitos, rituales y viajes. Un estudio antropológico de la Unión Industrial
Argentina. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología XXI. Buenos
Aires. 1996.
Pigna, Felipe. 2 de septiembre - Día de la Industria. www.elhistoriador.com.ar.
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Calixto Bustamante Carlos Inca (Concolocorvo). El lazarillo de ciegos caminantes. De Buenos
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