por Bruno Pedro De Alto
(estracto del Libro "Autonomía Tecnológica. La audacia de la División Electrónica de Fate"
En septiembre de 1955, es derrocado el general Juan Domingo Perón, que
había gobernado desde 1946 hasta ese año, electo en dos oportunidades en
elecciones libres, obteniendo amplia mayoría en los votos. Sin embargo, un
amplio abanico político social apoyado en un importante sector de las fuerzas
armadas instaura un gobierno de facto, autodenominado Revolución Libertadora.
Con una cantidad importante de medidas represivas y con la consagración de la
proscripción de las mayorías populares se presenta a la sociedad “para
restablecer el imperio de la moral, de la justicia, del derecho, de la libertad
y de la democracia”[1].
Inmediatamente a la caída de perón asume el gobierno el general Eduardo Leonardi,
acompañado por el almirante Issac Rojas. Los sectores de las fuerzas armadas
que impulsaron el golpe estaban agrupadas en dos líneas que podían resumirse en
una liberal, o autodenominada democrática, y otra nacionalista. Ambas con
fuertes lazos con la iglesia católica y vínculos políticos con los partidos que
los apoyaron. Una de las primeras medidas políticas de esta dictadura fue la
configuración de un órgano de consulta llamado Junta Consultiva donde
participaron la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Partido
Demócrata Nacional, el Partido Demócrata Progresista, el Partido Demócrata
Cristiano y la Unión Federal. Sin embargo, la permanencia dentro del gobierno de
sectores nacionalistas, que si bien se habían alejado de Perón pero sostenían
los criterios básicos de su gobierno, crearon varias crisis internas que
finalizaron con la separación de Leonardi y su remplazo por el general Pedro
Eugenio Aramburu en noviembre de 1955.
Se profundiza el anti peronismo de este régimen, aunque se propone
entregar rápidamente el gobierno a una fuerza elegida por el voto popular. La
revolución libertadora deroga la Constitución de 1949, impulsa medidas
económicas que liberalizan la misma y retiran al Estado de instancias
planificación y control. Se ingresa al Fondo Monetario Internacional y al Banco
Mundial.
Para dar respuesta a las tensiones creadas durante el período peronista
en la Universidad de Buenos Aires, Aramburu se reúne con las conducciones de la
Federaciones Universitarias de la UBA y la FUA que durante el año 1954, a causa
a una importante huelga estudiantil contra el gobierno nacional los fortaleció
como interlocutores. Ellas, especialmente la FUBA, se habían hecho cargo de la
universidad ante el vacío inmediato a la caída del gobierno peronista[2]. Se
acuerda instaurar el postergado modelo de universidad reformista, ideario
democrático de los sectores universitarios de afines al radicalismo, el
comunismo y socialismo, pero también muchos sectores independientes de
izquierda. En esta última se inscribían una gran cantidad de profesores que no
habían podido desplegar libremente sus tareas, tanto antes y durante la
universidad peronista, dado el marcado sesgo confesional de las autoridades.
El gobierno designa como interventores de la UBA, a José Luis Romero y
José Babini, de marcada trayectoria socialista, como rector y vice. Por su
parte en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, es nombrado como decano a
Rolando V. García y posteriormente como Vice Decano a Manual Sadosky, inspirados
en los principios de la Reforma Universitaria, pero con una mirada puesta en el
logro de desarrollar ciencia aplicada.
En la Facultad de Ingeniería, en cambio, el movimiento estudiantil
reformista nucleado en el Centro de Estudiantes “La línea Recta”, debe
articular entre el grupo de profesionales, tecnólogos y científicos afines a la
Reforma convocados por la nueva situación y los profesores más conservadores
que se habían desempeñado hasta 1945. “(…)
se logró un compromiso designando como Decano Interventor al Ing. Pedro
Mendiondo, a la sazón Ministro de Obras Públicas del Gobierno Revolucionario
del Gral. Lonardi y último decano antes de la intervención de la Universidad de
1946 dejado cesante mediante ese hecho. La designación fue una solución de
compromiso frente al peso de los sectores conservadores de la profesión. El
Ing. Mendiondo era un distinguido profesional, de corte conservador no confesional, de ideas liberales[3]”.
Era un clima antiperonista, pero se lo sortea pues se pone el acento en
las críticas hacia la comunidad universitaria histórica: "Las poderosas camarillas de las facultades de Medicina,
Ingeniería y Derecho habían gobernado a voluntad durante toda la historia de la
Universidad, y eran responsables de su atraso y de su estancamiento. Las
ciencias básicas eran solo el pasatiempo de una élite o el áspero camino de
algún asceta con pasión por la ciencia.[4]". Luego,
fundamentalmente con la creación de Instituto de Cálculo (IC) y los desarrollos
del Departamento de Electrónica de la Facultad de Ingeniería logran un ámbito
de desarrollo de ciencia aplicada que encontraba en la estructura productiva
estatal – herencia en gran parte del peronismo – sus campos de aplicación y
transferencia.
La matriz ideológica de esa conducción era fuerte y clara. Decía el decano
de Exactas: "La transformación a la
cual yo aspiro para mi país consiste, simplemente, en que deje de ser un país
dependiente. Quizás para evitar cualquier parecido, aun en las palabras, sería
mejor que llamara a este tipo de transformación por su verdadero nombre: se
trata, lisa y llanamente, de la liberación nacional; de una liberación
auténtica, que permita a la gran masa de nuestro pueblo tomar en sus propias manos
su destino como pueblo. Esta liberación tiene un doble sentido, porque también
es doble la raíz de nuestra dependencia. Se trata, en primer término, de una
liberación de la dependencia externa. Es quizás la más fácil de definir puesto
que existe para ella una palabra inequívoca que resume el concepto: el
imperialismo. En segundo término, es una liberación de la dependencia interna,
que se puede definir como el dominio que ejercen minorías privilegiadas sobre
la gran masa de la población[5]".
La situación de las Facultades de Ciencias Exactas y Naturales y de
Ingeniería eran similares, la segunda era un desprendimiento hecho en 1952 de
la primera, y se organizaban como un conjunto de cátedras de manera estanca y
asinérgica. Ambas no tenían prácticamente ningún peso dentro de la Universidad,
pocos alumnos, pocos profesores, edificios destruidos, laboratorios vetustos y
mal equipados, presupuesto escaso, etc.
En ambos casos lograron en diez años darse una identidad; tener
jerarquía, capacidad de trabajo, rigor en los estudios y en las investigaciones
que en ella se realizaran. Esto solo podía lograrse con una nueva generación de
docentes e investigadores que tuvieran un alto nivel de formación y una clara
conciencia de la responsabilidad social que les cabía a ellos, como científicos
y a la Universidad, como institución nacional. Y como segundo punto lograron jerarquía
en la investigación aplicada. Sus proyectos concretos iban a ser el Instituto
de Cálculo en Ciencias Exactas y Naturales; el prototipo CEFIBA; y los
Laboratorios de Semiconductores y de Aplicaciones Electrónicas en Ingeniería; y
los proyectos interinstitucionales que no vieron la luz a causa del golpe de
1966: el Instituto de Tecnología y el Instituto de Industria.
Por esta razón, los intentos de desarrollo autónomo en la década de los
'60, orientados a obtener una computadora nacional[6], y llevados
por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y por la Facultad de Ingeniería
de la Universidad de Buenos Aires, son hito en si mismo, y un par de eslabones
formidables una década después, en el seno de la experiencia de la División
Electrónica de Fate.
La Noche de
los bastones largos: golpes, renuncias, migraciones, y vaciamiento.
El gobierno peronista había hecho regir las universidades nacionales por
la Ley 14.297/54 del Régimen Universitario, que a su vez había remplazado parcialmente
a la Ley 13.031/47 del Régimen de las Universidades Nacionales. En ambos casos,
los rectores y decanos eran designados por el Poder Ejecutivo Nacional. Esa
condición de dependencia política fue siempre resistida por los sectores
universitarios reformistas e implicó la gran reivindicación impuesta a la
Revolución Libertadora. Los militares en términos generales asumieron el
gobierno nacional con escasas políticas definidas en varios frentes, y este era
uno de los casos más significativos.
Apenas pasadas tres semanas del golpe, el general Eduardo Leonardi dicta
el Decreto Ley 477/55 derogando a las leyes constitucionales peronistas y
restableciendo la Ley 1.597 (Ley Avellaneda) dado que le permitía transitoriamente
a las universidades un régimen autónomo y propio. De este modo, se le permite a
los rectores interventores, consejos superiores y delegados interventores de
facultad asumir sus funciones. El marco normativo definitivo de las
universidades argentinas en concordancia a un funcionamiento reformista, surge
del Decreto Ley 6.403/55 con la firma del dictador Pedro Eugenio Aramburu, y se
mantendrá en vigencia junto a las modificaciones que le otorgara la Ley
14.557/58 durante la presidencia de Frondizi. Este marco normativo estará
vigente hasta los sucesos de la Noche de los Bastones Largos y su
desencadenamiento legal en la Ley 17.245, firmada por el dictador Juan Carlos
Onganía.
En efecto, el Golpe de Estado encabezado por el general Onganía era otro
intento de la derecha argentina en rectificar el camino del país hacia una
realidad forzada: una argentina sin peronismo; sin libertades ideológicas,
éticas y sociales; aliada al anticomunismo norteamericano; y profundamente
clerical. Una realidad que se lograba con fórceps, por lo cual la Universidad
le era disonante en términos ideológicos. Como otras tantas veces en la
historia argentina, se destruye algo por sus méritos y no por sus errores. El
debate que se venía dando en el seno de la universidad y en parte en la
sociedad sobre un camino reformista pero seguro, a uno más revolucionario y
eficaz para lograr la independencia nacional, quedó sepultado por la bota
arrasadora. La universidad no estaba a punto de lograr a breve plazo ninguna
revolución, en realidad intentaba desarrollar algunos aspectos ligados al
desarrollo científico tecnológico que por diversas causas se realizaba aún de
manera aislada a la industria, y estaba organizada más cerca del cientificismo
que de una articulación extendida y concreta con la sociedad. Sin embargo los
sectores castigados fueron acusados de izquierdistas y “bolches”, pero
cumpliéndose una paradoja repetida: muchos de esos acusados y reprimidos no se
exiliaban en la URSS, sino en Estados Unidos que los recibía con beneplácito.
A pocos días de asumir el poder, Onganía interviene las universidades a
través de un bando que volvía a colocarla bajo la jurisdicción del Ministerio
de Educación. Técnicamente disolvió los Consejos Superiores y Directivos y
permitía que los rectores y decanos pudieran seguir en funciones en esas
condiciones del nuevo orden. Se instruyeron 48 horas de plazo para expedirse en
ese sentido. Obviamente, la orden dejaba sin salida a las autoridades que
habían asumido por el imperio conceptual de la Reforma Universitaria del 18. En
el caso particular de la UBA, los Decanos y el Rector emitieron una declaración
en la cual se negaban a aceptar la supresión de la autonomía universitaria.
En esas circunstancias entre la tarde y noche del 29 de julio de 1966 se
constituyen en actitud de espera y resistencia y en la mayoría de los casos,
los directivos, consejeros, algunos docentes y muchos estudiantes se agrupan en
las respectivas sedes de las facultades. Esta situación se da en las facultades
de Arquitectura, Ciencias Exactas, Filosofía y Letras, Ingeniería y Medicina, y
también en la sede del Rectorado. Lo que corría como un rumor, se hizo
realidad, la policía desalojaría de la universidad a los universitarios con “eficiencia”
sin un despliegue importante de tropas, en una acción brutal, breve y precisa.
Así lo recuerda Rolando García:
“Los
lugares que fueron atacados estaban, obviamente, predeterminados. El número de
que actuaron (para utilizar su propia jerga) fue reducido.
Los fueron trasladados a las comisarías en camiones que
esperaban en el momento y en el número requerido. Todas estas particularidades
muestran que el ataque policial contó con una minuciosa preparación, o por lo
menos una abundante información previa como para poder actuar con tanta
precisión. Suponer que la policía contó con el apoyo y la orientación desde el
interior de la universidad no es producto de una especulación arbitraria, sino
consecuencia del análisis de los hechos concretos. La hipótesis cobra fuerza,
además, cuando se la analiza desde la perspectiva de las luchas que se
desarrollaron en la universidad en períodos previos y de las cuales las
sesiones del Consejo Superior constituyeron un escenario representativo. Allí
surgían las clásicas diferencias entre reformistas y humanistas o entre
confesionales y laicos[7]”.
La situación de desalojo con acciones de violencia se observó en las
facultades y rectorado ya citadas, pero tomó especial dureza, y por lo tanto
con especial difusión por su gravedad, el la Facultad de Ciencias Exactas y
Naturales. Si bien ha sido extendidamente reproducido, el testimonio del profesor
norteamericano Warren A. Ambrose, escrito al día siguiente de los sucesos,
dirigida a periódico The New York Times,
sigue esclareciendo la singularidad de los hechos y poniendo sobre la escena
política solo un anticipo del futuro. Este es el texto completo de aquella
carta:
Buenos Aires, Argentina, 30 de julio de 1966
“Carta al Editor
The New York Times
New
York, N.Y.
Estimados
señores:
Quisiera
describirles un brutal incidente ocurrido anoche en la Facultad de Ciencias
Exactas de la Universidad de Buenos Aires y pedir que los lectores interesados
envíen telegramas de protesta al presidente Onganía.
Ayer
el Gobierno emitió una ley suprimiendo la autonomía de la Universidad de Buenos
Aires y colocándola (por primera vez) bajo la jurisdicción del Ministerio de
Educación. El Gobierno disolvió los Consejos Superiores y Directivos de las
universidades y decidió que de ahora en adelante la Universidad estaría
controlada por los Decanos y el Rector, que funcionarían a las órdenes del
Ministerio de Educación. A los Decanos y al Rector se les dio 48 horas de plazo
para aceptar esto. Pero los Decanos y el Rector emitieron una declaración en la
cual se negaban a aceptar la supresión de la autonomía universitaria.
Anoche
a las 22, el Decano de la Facultad de Ciencias, Dr. Rolando García (un
meteorólogo de fama que ha sido profesor de la Universidad de California en Los
Ángeles), convocó a una reunión del Consejo Directivo, de la Facultad de Ciencias
(compuesto de profesores, graduados y estudiantes, con mayoría de profesores) e
invitó a algunos otros profesores (entre los que me incluyo), a asistir al
mismo. El objetivo de la reunión era asistir al mismo. El objetivo de la
reunión era informar a los presentes sobre la decisión tomada por el Rector y
los Decanos, y proponer una ratificación de la misma. Dicha ratificación fue
aprobada por 14 votos a favor, con una abstención (proveniente de un
representante estudiantil).
Luego
de la votación, hubo un rumor de que la policía se dirigía hacia la Facultad de
Ciencias con el propósito de entrar, que en breve plazo resultó cierto. La
policía llegó y sin ninguna formalidad exigió la evacuación total del edificio,
anunciando que entraría por la fuerza al cabo de 20 minutos (las puertas de la
Facultad habían sido cerradas como símbolo de resistencia –aparte de esta
medida no hubo resistencia). En el interior del edificio la gente (entre
quienes me encontraba) permaneció inmóvil, a la expectativa. Había alrededor de
300, de los cuales 20 eran profesores y el resto estudiantes y docentes
auxiliares. (Es común allí que esa hora de la noche haya mucha gente en la
Facultad porque hay clases nocturnas, pero creo que la mayoría se quedó para
expresar su solidaridad con la Universidad).
Entonces
entró la policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo
primero que escuché fueron bombas, que resultaron ser gases lacrimógenos. Al
poco tiempo estábamos todos llorando bajo los efectos de los gases. Luego
llegaron soldados que nos ordenaron, a los gritos, pasar a una de las aulas
grandes, donde nos hizo permanecer de pie, con los brazos en alto, contra una
pared. El procedimiento para que hiciéramos eso fue gritarnos y pegarnos con
palos. Los golpes se distribuían al azar y yo vi golpear intencionalmente a una
mujer –todo esto sin ninguna provocación. Estoy completamente seguro de que
ninguno de nosotros estaba armado, nadie ofreció resistencia y todo el mundo
(entre quienes me incluyo) estaba asustado y no tenía la menor intención de
resistir. Estábamos todos de pie contra la pared –rodeados por soldados con
pistolas, todos gritando brutalmente (evidentemente estimulados por lo que
estaban haciendo –se diría que estaban emocionalmente preparados para ejercer
violencia sobre nosotros). Luego, a los alaridos, nos agarraron a uno por uno y
nos empujaron hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una
doble fila de soldados, colocados a una distancia de diez pies entre sí, que
nos pegaban con palos o culatas de rifles y que nos pateaban rudamente en
cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Nos mantuvieron incluso a
suficiente distancia uno de otro de modo que cada soldado pudiera golpear a
cada uno de nosotros. Debo agregar que los soldados pegaron tan brutalmente
como les era posible y yo (como todos los demás) fui golpeado en la cabeza, en
el cuerpo, y en donde pudieron
alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos nosotros –mujeres, profesores
distinguidos, el Decano y Vicedecano de la Facultad, auxiliares docentes y
estudiantes. Hoy tengo el cuerpo dolorido por los golpes recibidos pero otros,
menos afortunados que yo, han sido seriamente lastimados. El profesor Carlos
Varsavsky, director del nuevo Radioobservatorio de La Plata, recibió serias
heridas en la cabeza, un ex secretario de la Facultad (Simón) de 70 años de
edad fue gravemente lastimado, como asimismo Félix González Bonorino, el
geólogo más eminente del país.
Después
de esto, fuimos llevados a la comisaría seccional en camiones, donde nos
retuvieron un cierto tiempo, después del cual los profesores fuimos dejados en
libertad sin ninguna explicación. Según mi conocimiento, los estudiantes siguen
presos. A mí me pusieron en libertad alrededor de las 3 de la mañana, de modo
que estuve con la policía alrededor de cuatro horas.
No
tengo conocimiento de que se haya ofrecido ninguna explicación por este
comportamiento. Parece simplemente reflejar el odio para mí incomprensible, ya
que a mi juicio constituyen un magnífico grupo, que han estado tratando de
construir una atmósfera universitaria similar a la de las universidades
norteamericanas. Esta conducta del Gobierno, a mi juicio, va a retrasar
seriamente el desarrollo del país, por muchas razones entre las cuales se cuenta
el hecho de que muchos de los mejores profesores se van a ir del país.
Atentamente,
Warren
Ambrose
Profesor
de Matemáticas en Massachussets Institute of Technology y en la Universidad
Nacional de Buenos Aires”.
El golpe militar en si, la intervención institucional, la irrupción de
la policía en las facultades, la represión, y el sesgo conservador y
antinacional del nuevo orden impulsaron la renuncia de los rectores y decanos.
Luego, entre la solidaridad y a modo de resistencia, se calcula que 1380 docentes
e investigadores renunciaron. Algunos especularon que ese movimiento iba a
generar condiciones tan críticas que el régimen autoritario revertiría sus
pasos, pero nada ocurrió así y todos los logros alcanzados sufrieron abandono,
cambio de rumbo, o fueron usurpados. En el caso de la Facultad de Ingeniería y
en la de Ciencias Exactas, esos repliegues golpearon duramente lo avanzado en
computación.
La ideología
del golpe. Lo que le pasó a Clementina. Los científicos militantes.
A raíz de la intervención militar, en la Facultad de Ingeniería varias
decenas de ingenieros con una alta calificación en electrónica se dispersó,
yendo al extranjero o siendo absorbidos por la actividad privada; y por su lado
Humberto Ciancaglini ingresó a la Organización Internacional de Energía Atómica.
Mientras que los laboratorios que tan trabajosamente se fue comprando o
desarrollando quedaron en el Departamento, pero debido al recambio de personal
se perdieron sus objetivos orientados a la industria nacional y el desarrollo
industrial, pasando esos equipos a formar un laboratorio académico bien
equipado y mal usado que rápidamente se desactualizó.
En Exactas ocurrió otro tanto, hay testimonios[8] que
relatan que la Facultad tardó en rearmarse, dada la confusión sobre
renunciantes y quiénes continuaban ejerciendo la docencia, las actividades
académicas ocurrían en bares y oficinas prestadas y también lo ocurrido a
posteriori del golpe en el Instituto de Cálculo se registran líneas penosas para
la historia local de la computación.
El IC sufrió la renuncia de todos los científicos de mayor nivel, donde sólo
conservaron sus cargos los que aún eran alumnos de la carrera que ejercían como
ayudantes de investigación. En esas condiciones las actividades de programación
se constituyeron en el fuerte del IC, donde se daba soporte de programación a
los programas de investigación de la Facultad.
En un principio las autoridades de la intervención en Exactas se
apresuraron a dar una imagen de “normalización” hacia fines de 1966, pero la
misma es presentada como completa hacia 1969, pero de sus informes se deriva
que el nivel de actividad es inferior en cantidad y calidad a la que se venía
produciendo hasta la “Noche de los Bastones Largos”[9]. Y el proceso
del remplazo de la calculadora Ferranti, es indicativo del cambio imperante. Recordemos
que en 1957 se forma la Comisión que debía preparar el pliego para la
licitación, se la compra en 1060 y se la instala y empieza a usar en 1961. Esos
tres años de demora entre la decisión y su puesta en marcha implicó un retraso
tecnológico. Se había debatido bastante en el momento de la incorporación de la
computadora Ferranti, que usaba tecnología de válvulas de vacío, pero Sadosky
sale en defensa de lo decidido, diciendo:
“(…)
la Comisión decidió aconsejar la compra del equipo Mercuri ofrecido por
Ferranti de Manchester. Para la época se trataba de una máquina de excelente
categoría técnica no sólo por su rapidez y tipos de memoria, sino también
porque el grupo de investigadores de la Universidad de Manchester había
desarrollado un lenguaje "Autocode" de fácil aprendizaje y de buenas
características para el tratamiento de problemas científicos[10]”.
Y en la práctica la estrategia fue usarla intensamente en sus máximas
posibilidades, llegando a funcionar 24 horas por día. A finales de 1965 e
inicios de 1966, el balance que se hacía en el IC era que la computadora
empezaba a tener limitaciones por desactualización, especialmente para “estar en la avanzada de la investigación y
de la formación de personal del más alto nivel[11]”, no obstante aún
cumplía bien la realización de los trabajos de computación que se le
solicitaban además de proveer servicios de programación a otras instituciones y
áreas.
Priorizando el aspecto científico – tecnológico, que empezaba a estar en
déficit, las autoridades de la FCEyN iniciaron acciones para lograr el remplazo
de Clementina e interesaron al gobierno nacional para lograr el financiamiento
estimado en el orden del millón y medio (dólares – 1966). El proceso de análisis y selección del equipo para
el remplazo realizado por Sadosky y con la participación de todo el IC implicó
determinar prospectivamente a diez años las necesidades previsibles de uso y
las configuraciones electrónicas que de ella se derivaban. Con esos requisitos
se realizó un seminario de discusión en el cual participaron las compañías
comercializadoras que en aquel entonces estaban interesadas en participar de la
futura licitación. Por lo tanto, IBM, Bull-General Electric, Burroughs, y NCR,
a través de sus representantes técnicos informaron sobre sus posibilidades de
oferta y discutieron con el personal del Instituto sobre las características de
las novedades técnicas que se ofrecían[12].
Como resultado de este proceso, y en virtud de su magnitud, se diseñó que la
nueva computadora estaría conectada a través de terminales remotas al resto de
la UBA, y con diversas reparticiones oficiales. Quién se había posicionado
tecnológicamente para este proyecto era la firma Bull, que además había
interesado al gobierno francés que había presentado la “ingeniería financiera”
elaborada por la embajada de ese país en Buenos Aires. La propuesta económica
de la firma ingresó a la UBA 28 de julio de 1966. Un día antes de la “Noche de
los Bastones Largos”
No existen pruebas contundentes de haber encaramado un plan sistemático,
pero la suma de hechos que se desencadenarían por el vacío científico e
institucional producidos el la FCEyN, demuestran que la empresa IBM supo sacar
provecho de ello. Especialmente en el perfil – que estaba en debate y revisión
– de los computadores científicos. Esta carrera era uno de los logros de
Sadosky al frente del IC, impulsando una formación inicialmente de carácter
auxiliar a otras disciplinas. Sin embargo se había llegado a la conclusión, y
en ello había sido fundamental la opinión de los primeros graduados en virtud
de sus experiencias profesionales en el
marcado, que la carrera debía reforzar sus contenidos, alejándola de una
formación solo operativa y llevarla a un plano profesional, convirtiéndola en
una licenciatura. Por lo tanto se le debía dar cierta “universalidad”, sin
priorizar ninguna firma de computación que estaban introduciendo las primeras
computadoras en las empresas argentinas. Cabe señalar que en aquellos años, la
empresa proveedora de hardware era también la que proveía el software y se daba
la situación inversa: el software era solo compatible con el hardware para el
que había sido diseñado[13].
A partir de agosto de 1966 y ante el vacío de docentes para las materias
de la carrera fue cubierto por una cantidad importante de ingenieros de
sistemas de IBM, y con la presencia de todos ellos se multiplicaron las
materias optativas destinadas a enseñar lenguajes y otras técnicas orientados a
los equipos de la empresa. Este hecho es señalado por ya Gregorio Klimovsky en
1970:
“...algunas
empresas no han hecho absolutamente nada para tratar de apropiarse de la
carrera de matemática pura en la Facultad de Ciencias Exactas de Buenos Aires,
pero si en cambio se posesionaron de la carrera de computador científico,
cambiándola de una carrera primitivamente destinada a formar matemáticos
aplicados de muy alto nivel, no sólo en computación sino en todos los campos
del cálculo numérico, en otra que sólo intenta formar un tipo de individuo que
pueda conocer al dedillo algunas técnicas de programación y algunos catálogos
de máquinas, ya que esto es lo único que les interesa a estas compañías.
Indudablemente, ellas no van a fomentar la enseñanza de cierto tipo de cosas
que reservan para su central metropolitana extranjera y no para la colonia que
consideran que somos...[14]”
Llegado el año 1970, el panorama del IC era la carrera de computador
científico sin cambios; la misma con una marcada influencia de docentes
vinculados profesionalmente con IBM; escasa investigación científico –
tecnológica y la computadora Clementina sin remplazar y a punto de dejar de
funcionar. A partir de allí se percibirán y luego profundizarán situaciones de
cambios ligados a una recuperación política de los espacios democráticos y
debilitamiento de la dictadura.
Los
científicos militantes.
La renuncia de más de 1300 docentes de la UBA con marcada calificación
científica significó una verdadera diáspora de cerebros. No se pretende aquí
ser exhaustivos, precisos y exactos sobre sus destinos, pero en la mayoría de
los casos la ciencia y tecnología argentina los perdió. Aunque es significativo
detectar que muchos de ellos, especialmente los que trabajaron en los ámbitos
de la FCEyN y del Departamento de Electrónica de la FI se mantuvieron comunicados
y vinculados, independientemente de donde pudieron reinsertarse laboralmente.
El caso de Manuel Sadosky, quien pudo encontrar “un lugar” acorde a su
capacidad y despliegue en la Universidad de la República, de Uruguay y a pesar
que ello le exigía constantes viajes, es destacable por lo que trabajó para
mantener en contacto y actividad a los equipos formados entre 1955 y 1966.
Hay dos experiencias que lo ponen de manifiesto: su participación en la
creación de la Revista Ciencia Nueva, y en la creación de la consultora
científica “Asesores Científico Técnicos S.A.”
En 1966, y alojados en una oficina céntrica a metros de la Plaza de
Mayo, Sadosky y su inseparable colega Rebeca Gúber fundan la primera consultora
de ingeniería de sistemas y programación de computadoras. La llaman Asesores
Científico Técnicos S.A. y la constituyen con un nutrido grupo de sus ex
colaboradores del IC.
La consultora oferta sus servicios de aplicaciones computacionales en
ingeniería civil, organizaciones, economía y finanzas, ingeniería de sistemas,
modelos matemáticos, programación de aplicaciones científicas, sistemas de
información, centro de cómputos, y estadística aplicada. Durante su existencia
logran desarrollar modelos matemáticos destacándose uno tránsito urbano para la
Ciudad de Buenos Aires y otro hidrológico para el río de la Plata, en este caso
en sociedad con una firma de ingeniería francesa. Aquí también se vuelve a
observar que los comitentes son organismos del Estado. Sin embargo, Sadosky
buscó la inclusión de sus equipos en el ámbito privado, y para recurrió a su
amigo Manuel Madanes, incorporando al ex grupo de Investigación Operativa del
IC, en bloque a sus cuatro miembros, Aníbal Petersen, Marcelo Larramendy,
Néstor Sameghini y Juan Carlos Frenkel, para realizar un estudio de
factibilidad.
La otra iniciativa tuvo ribetes más políticos e ideológicos, la creación
de la Revista Ciencia Nueva, cuya organización inicial fue llevada adelante por
el mismo Sadosky. Como se dijo antes, a partir de 1970 se percibirán y
profundizarán situaciones de cambios ligados a una recuperación política de los
espacios democráticos y debilitamiento de la dictadura. La expresión e
intensión de la llamada Revolución argentina que esa “revolución” tenía
objetivos y plazos aproximados de veinte años para alcanzar esas metas dejó de
ser creíble, en especial luego del “Cordobazo”. La iniciativa vino desde el
ámbito editorial, que se movía en función de una apertura conceptual y en
respuesta a la cerrazón que nacía desde el gobierno de Onganía, ofreciéndose
catálogos inéditos y la aparición de nuevas editoriales alentadas por lo que se
denominó el boom latinoamericano. En definitiva y a pesar de todo, la industria
editorial argentina tenía prestigio en América Latina y en España, lo que permitía
exportar y generar ingresos. De esa movida surge un joven editor, que se acercó
a Manuel Sadosky para ofrecerle la dirección de una revista científica. “Escuchándolo
exponer su proyecto sólo quedaba en claro que no sabía qué quería: algunos días
describía una especie de Billiken de las ciencias y las técnicas, otros una
colección de finos y caros tomos, cada uno dedicado a un tema de esas
disciplinas[15]”, contaría después, quien en
definitiva sería el director de la revista, Ricardo Ferraro. Frente a la propuesta,
Manuel Sadosky reincide en apoyarse en un equipo y reunió a algunos de sus
ex-alumnos que había regresando recientemente al país después de sus estadías
de perfeccionamiento en el extranjero. Era una medida acertada, porque éstos habían
sido frecuentados y visitados allí por él mismo, en sus respectivas oficinas o
laboratorios donde realizaban sus actividades, reforzando fuertes lazos
personales, y porque en aquellas latitudes era frecuente ver revistas como la
que se estaba gestando. Aquellos jóvenes científicos entendían la importancia
de un proyecto editorial de ésta naturaleza y a ellos les propuso que lo
ayudaran a llevarlo adelante.
Cuenta Ferraro que de esa manera:
“(…)
inesperadamente había aparecido una oportunidad para editar una revista de
ciencia y tecnología —y de sus políticas— algo que todavía no existía en
nuestro país y que cada uno de nosotros había disfrutado en el exterior; entre
nosotros nos pondríamos de acuerdo con mayor rapidez y precisión que con el
incipiente editor y, además, seguramente ese producto provocaría el interés de
muchas empresas que colaborarían en su financiamiento.
Efectivamente,
muy rápido el proyecto estuvo en marcha aunque le sugerimos a don Manuel que el
mismo no se vinculase a su nombre ya que un eventual fracaso podría perjudicar
su prestigio, pero que orientara, criticara y respaldara nuestro trabajo. ¡Y
vaya que lo hizo!
En
abril de 1970 apareció el primer número de CIENCIA NUEVA: 64 páginas de 20 x
27, con tapa y contratapa a color y, a partir de él, otros 28 números en los
que cada índice era una nómina de varios dream-teams de la ciencia mundial[16]”.
Entre abril 1970 y diciembre 1973 aparecieron 29 números de Ciencia
Nueva, vendiendo una cifra a veces superior de los 6.000 ejemplares, con la una
fe utópica de publicar en su cometido, dado que su vida transcurrió entre la
denominada Noche de los Bastones Largos y hasta seis meses antes del inicio de
las acciones de la Triple A. Ciencia Nueva solo convivió con 6 meses de
democracia. Ferraro lo resalta así:
“Por
supuesto que aquellos no eran años en los que la reflexión, la investigación,
la divulgación de ideas valiosas y, mucho menos el debate, pudieran llevarse a
cabo con facilidad. Pero los hubo. Revisar los índices de CN o releer algo de
lo allí publicado, permite completar la imagen de lo que realmente sucedió”.
La lista de notables convocados en las páginas de Ciencia Nueva para que
debatiesen qué y cómo hacer ciencias y tecnologías para beneficio de los
ciudadanos de sus países y del mundo es sorprendente: Jorge Sábato, Manuel
Sadosky, José Babini, Rolando García, Mario Bunge, Gregorio Klimovsky, Oscar
Varsavsky, Daniel Goldstein, Jacques Mehler, José Westerkamp, Jorge Schvarzer, Risieri
Frondizi, Fernando Storni, Oscar Mattiussi y Alberto Aráoz, junto con los
latinoamericanos Félix Cernuschi, Alfredo Jadresic Vargas, Víctor Urquidi,
Oscar Maggiolo, Juan Antonio Grompone y Juan Alva Correa; y extranjeros como
Jonathan Beckwith y Abraham Beare (virólogos del Harvard Hospital), Alexandre
Grothendieck (matemático judío radicado en Francia), Adriano Buzzati-Traverso
(Director Científico de UNESCO) y Charles-Nöel Martin (físico nuclear y
colaborador de Irène Joliot-Curie).
Algunos de quienes habían pasado por Ciencia Nueva son secuestrados –
desaparecidos por el Proceso de Reorganización Nacional: Norberto Rey, Ignacio
Ikonicoff, Horacio Speratti, y Héctor Abrales que también trabajara en FATE
División Electrónica.
En los términos que transita este libro, en la Revista Ciencia Nueva se
encuentran aportes de tres referentes del Pensamiento Latinoamericano en
Ciencia y Tecnología (ver Capítulo VIII): Oscar Varsavsky. Jorge Sábato y
Amílcar Herrera, desde debates y artículos de opinión. Por ejemplo, Oscar
Varsavsky polemiza sobre la cuestión de la “Ciencia e ideología” con Gregorio
Klimovsky; y también introduce los conceptos “Ciencia y estilos de desarrollo”,
que luego ampliará y publicará en su libro “Estilos tecnológicos” de 1974.
Jorge Sábato, en el N° 1 de la Revista ofrece en un reportaje llamado “Para el
prontuario del Plan Nuclear Argentino” en un caso concreto de su trabajo en la
CNEA, su mirada la capacidad nacional de tomar decisiones propias en materia de
ciencia y tecnología. Y también escribe Amílcar O. Herrera, los lineamientos
que siempre sustentó para un modelo de Ciencia y Tecnología Latinoamericano,
donde no haga seguidismo de los países centrales. En un artículo llamado “Un
proyecto latinoamericano de modelo mundial”, Herrera se explaya sobre los
factores que impiden a gran parte de la humanidad el acceso a los bienes de
nuestra civilización son de “índole sociopolítico”, al mismo tiempo que denosta
los criterios de origen malthusianos de un "destino humano"
inexorable, donde el hambre, el atraso y la miseria, dependen de factores
extrahumanos inmodificables.
Y también están la computadora y la electrónica en Ciencia Nueva. El
inevitable Manuel Sadosky inaugura la revista con un recuerdo de Turing considerado
uno de los padres de la computación, en el artículo “Cómo construir una
computadora con lápiz y papel”; y le siguen una treintena de artículos sobre el
tema, donde se destaca el anticipatorio trabajo de Roberto Zubieta: “¿Pueden
construirse computadoras en la Argentina?” escrito en 1970 cuando la Cifra 1000
de FATE División electrónica aún no había sido planeada.
[1] Declaración de principios del Gobierno Provisional, diciembre de 1955.
[2] “También demostró en las casi 2 semanas de gestión de la Presidente de
FUBA como Interventora en la UBA y de los Presidentes de Centros como los
correspondientes delegados interventores en cada Facultad, que fueron capaces
de mantener el normal funcionamiento académico y administrativo”.
[3] Jorge L. Albertoni y Roberto H. Zubieta. “La FIUBA en el período 1955
a 1966”. En “La construcción de lo posible. La Universidad de Buenos Aires de
1955 a 1966” Compilado por Catalina Rotunno y Eduardo Díaz de Guijarro. Libros
del Zorzal. 2003.
[4] Entrevista a Rolando V. García. Ex decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de
Buenos Aires desde 1957 hasta la intervención, en 1966. Universidad y
frustración. Entrevista a Rolando V. García. Ciencia Nueva. Revista de Ciencia
y Tecnología. N° 13. 1971
[5] Idem.
[6] ¿Que implicó una computadora en esos años? Ya había pasado la década
de los ´40 donde EE.UU. desarrolló la ENIAC, un gigantesco aparato eléctrico
que calculaba a grandes velocidades, pero no podía guardar información; y su
sucesora la EDVAC que si guardaba datos y el programa de ejecución. A fines de
la década de los '50 los transistores reemplazaron a las válvulas, y se estaba
a un paso de lograr los primeros circuitos integrados. Las computadoras eran ya
artefactos eléctricos con interfases electrónicas. Su arquitectura obligaba
sumar a la computadora propiamente dicha, el equipo complementario que incluía
perforadoras de tarjetas, verificadoras, clasificadoras, lectoras, etc. dado
que las tarjetas eran todavía el principal medio para la entrada y salida de
información. En aquel entonces el universo del desarrollo de las computadoras
era solo EE.UU. e Inglaterra (ya con productos en el mercado); y Francia,
Alemania, Suecia, Suiza y la Unión Soviética con intentos experimentales.
[8] Jorge Luís Boria. “Los Años Oscuros del Instituto de Cálculo de la
FCEyN de la UBA: Investigando Computación Sin Computadora” Presentado en el Congreso de Ciencias, Tecnologías y
Culturas. Historia de la Informática en América latina y el Caribe. USACH. Santiago
de Chile. 2008
[9] Raul Carnota (UNTREF- Proyecto SAMCA) - Mirta O. Perez (Proyecto
SAMCA). “Continuidad formal y ruptura real: la segunda vida de Clementina en el
Instituto de Cálculo”.
[10] Entrevista a Manuel Sadosky. “Cinco años del Instituto de Cálculo de
la Universidad de Buenos Aires 1961- 66”.
[13] Raúl Carnota (UNTREF Proyecto
SaMCA), Pablo Factorovich (Depto. Computación –FCEyN –UBA) y Mirta Pérez
(Proyecto SaMCA). “IBM Go Home!. Conflictos políticos y académicos y perfiles
profesionales en los primeros años de la carrera de Computación Científica de
la FCEyNUBA (1963 - 1971)”. Proyecto: Salvando la Memoria de la Computación
Argentina (SaMCA). Universidad Nacional de Río Cuarto y otros.
[15] Ricardo Ferraro en el prólogo de “Ciencia Nueva. Debates de hoy en una
revista de los ‘70”. Buenos Aires, 2010.
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