jueves, 28 de julio de 2016

El golpe de la Revolución Libertadora, "La década de oro de la universidad argentina" y la Noche de los Bastones Largos.

por Bruno Pedro De Alto
(estracto del Libro "Autonomía Tecnológica. La audacia de la División Electrónica de Fate"

En septiembre de 1955, es derrocado el general Juan Domingo Perón, que había gobernado desde 1946 hasta ese año, electo en dos oportunidades en elecciones libres, obteniendo amplia mayoría en los votos. Sin embargo, un amplio abanico político social apoyado en un importante sector de las fuerzas armadas instaura un gobierno de facto, autodenominado Revolución Libertadora. Con una cantidad importante de medidas represivas y con la consagración de la proscripción de las mayorías populares se presenta a la sociedad “para restablecer el imperio de la moral, de la justicia, del derecho, de la libertad y de la democracia”[1].

Inmediatamente a la caída de perón asume el gobierno el general Eduardo Leonardi, acompañado por el almirante Issac Rojas. Los sectores de las fuerzas armadas que impulsaron el golpe estaban agrupadas en dos líneas que podían resumirse en una liberal, o autodenominada democrática, y otra nacionalista. Ambas con fuertes lazos con la iglesia católica y vínculos políticos con los partidos que los apoyaron. Una de las primeras medidas políticas de esta dictadura fue la configuración de un órgano de consulta llamado Junta Consultiva donde participaron la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Partido Demócrata Nacional, el Partido Demócrata Progresista, el Partido Demócrata Cristiano y la Unión Federal. Sin embargo, la permanencia dentro del gobierno de sectores nacionalistas, que si bien se habían alejado de Perón pero sostenían los criterios básicos de su gobierno, crearon varias crisis internas que finalizaron con la separación de Leonardi y su remplazo por el general Pedro Eugenio Aramburu en noviembre de 1955.

Se profundiza el anti peronismo de este régimen, aunque se propone entregar rápidamente el gobierno a una fuerza elegida por el voto popular. La revolución libertadora deroga la Constitución de 1949, impulsa medidas económicas que liberalizan la misma y retiran al Estado de instancias planificación y control. Se ingresa al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial.

Para dar respuesta a las tensiones creadas durante el período peronista en la Universidad de Buenos Aires, Aramburu se reúne con las conducciones de la Federaciones Universitarias de la UBA y la FUA que durante el año 1954, a causa a una importante huelga estudiantil contra el gobierno nacional los fortaleció como interlocutores. Ellas, especialmente la FUBA, se habían hecho cargo de la universidad ante el vacío inmediato a la caída del gobierno peronista[2]. Se acuerda instaurar el postergado modelo de universidad reformista, ideario democrático de los sectores universitarios de afines al radicalismo, el comunismo y socialismo, pero también muchos sectores independientes de izquierda. En esta última se inscribían una gran cantidad de profesores que no habían podido desplegar libremente sus tareas, tanto antes y durante la universidad peronista, dado el marcado sesgo confesional de las autoridades.

El gobierno designa como interventores de la UBA, a José Luis Romero y José Babini, de marcada trayectoria socialista, como rector y vice. Por su parte en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, es nombrado como decano a Rolando V. García y posteriormente como Vice Decano a Manual Sadosky, inspirados en los principios de la Reforma Universitaria, pero con una mirada puesta en el logro de desarrollar ciencia aplicada.

En la Facultad de Ingeniería, en cambio, el movimiento estudiantil reformista nucleado en el Centro de Estudiantes “La línea Recta”, debe articular entre el grupo de profesionales, tecnólogos y científicos afines a la Reforma convocados por la nueva situación y los profesores más conservadores que se habían desempeñado hasta 1945. “(…) se logró un compromiso designando como Decano Interventor al Ing. Pedro Mendiondo, a la sazón Ministro de Obras Públicas del Gobierno Revolucionario del Gral. Lonardi y último decano antes de la intervención de la Universidad de 1946 dejado cesante mediante ese hecho. La designación fue una solución de compromiso frente al peso de los sectores conservadores de la profesión. El Ing. Mendiondo era un distinguido profesional, de corte conservador no confesional, de ideas liberales[3].

Era un clima antiperonista, pero se lo sortea pues se pone el acento en las críticas hacia la comunidad universitaria histórica: "Las poderosas camarillas de las facultades de Medicina, Ingeniería y Derecho habían gobernado a voluntad durante toda la historia de la Universidad, y eran responsables de su atraso y de su estancamiento. Las ciencias básicas eran solo el pasatiempo de una élite o el áspero camino de algún asceta con pasión por la ciencia.[4]". Luego, fundamentalmente con la creación de Instituto de Cálculo (IC) y los desarrollos del Departamento de Electrónica de la Facultad de Ingeniería logran un ámbito de desarrollo de ciencia aplicada que encontraba en la estructura productiva estatal – herencia en gran parte del peronismo – sus campos de aplicación y transferencia.

La matriz ideológica de esa conducción era fuerte y clara. Decía el decano de Exactas: "La transformación a la cual yo aspiro para mi país consiste, simplemente, en que deje de ser un país dependiente. Quizás para evitar cualquier parecido, aun en las palabras, sería mejor que llamara a este tipo de transformación por su verdadero nombre: se trata, lisa y llanamente, de la liberación nacional; de una liberación auténtica, que permita a la gran masa de nuestro pueblo tomar en sus propias manos su destino como pueblo. Esta liberación tiene un doble sentido, porque también es doble la raíz de nuestra dependencia. Se trata, en primer término, de una liberación de la dependencia externa. Es quizás la más fácil de definir puesto que existe para ella una palabra inequívoca que resume el concepto: el imperialismo. En segundo término, es una liberación de la dependencia interna, que se puede definir como el dominio que ejercen minorías privilegiadas sobre la gran masa de la población[5]".

La situación de las Facultades de Ciencias Exactas y Naturales y de Ingeniería eran similares, la segunda era un desprendimiento hecho en 1952 de la primera, y se organizaban como un conjunto de cátedras de manera estanca y asinérgica. Ambas no tenían prácticamente ningún peso dentro de la Universidad, pocos alumnos, pocos profesores, edificios destruidos, laboratorios vetustos y mal equipados, presupuesto escaso, etc.

En ambos casos lograron en diez años darse una identidad; tener jerarquía, capacidad de trabajo, rigor en los estudios y en las investigaciones que en ella se realizaran. Esto solo podía lograrse con una nueva generación de docentes e investigadores que tuvieran un alto nivel de formación y una clara conciencia de la responsabilidad social que les cabía a ellos, como científicos y a la Universidad, como institución nacional. Y como segundo punto lograron jerarquía en la investigación aplicada. Sus proyectos concretos iban a ser el Instituto de Cálculo en Ciencias Exactas y Naturales; el prototipo CEFIBA; y los Laboratorios de Semiconductores y de Aplicaciones Electrónicas en Ingeniería; y los proyectos interinstitucionales que no vieron la luz a causa del golpe de 1966: el Instituto de Tecnología y el Instituto de Industria.

Por esta razón, los intentos de desarrollo autónomo en la década de los '60, orientados a obtener una computadora nacional[6], y llevados por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y por la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires, son hito en si mismo, y un par de eslabones formidables una década después, en el seno de la experiencia de la División Electrónica de Fate.

La Noche de los bastones largos: golpes, renuncias, migraciones, y vaciamiento.

El gobierno peronista había hecho regir las universidades nacionales por la Ley 14.297/54 del Régimen Universitario, que a su vez había remplazado parcialmente a la Ley 13.031/47 del Régimen de las Universidades Nacionales. En ambos casos, los rectores y decanos eran designados por el Poder Ejecutivo Nacional. Esa condición de dependencia política fue siempre resistida por los sectores universitarios reformistas e implicó la gran reivindicación impuesta a la Revolución Libertadora. Los militares en términos generales asumieron el gobierno nacional con escasas políticas definidas en varios frentes, y este era uno de los casos más significativos.

Apenas pasadas tres semanas del golpe, el general Eduardo Leonardi dicta el Decreto Ley 477/55 derogando a las leyes constitucionales peronistas y restableciendo la Ley 1.597 (Ley Avellaneda) dado que le permitía transitoriamente a las universidades un régimen autónomo y propio. De este modo, se le permite a los rectores interventores, consejos superiores y delegados interventores de facultad asumir sus funciones. El marco normativo definitivo de las universidades argentinas en concordancia a un funcionamiento reformista, surge del Decreto Ley 6.403/55 con la firma del dictador Pedro Eugenio Aramburu, y se mantendrá en vigencia junto a las modificaciones que le otorgara la Ley 14.557/58 durante la presidencia de Frondizi. Este marco normativo estará vigente hasta los sucesos de la Noche de los Bastones Largos y su desencadenamiento legal en la Ley 17.245, firmada por el dictador Juan Carlos Onganía.

En efecto, el Golpe de Estado encabezado por el general Onganía era otro intento de la derecha argentina en rectificar el camino del país hacia una realidad forzada: una argentina sin peronismo; sin libertades ideológicas, éticas y sociales; aliada al anticomunismo norteamericano; y profundamente clerical. Una realidad que se lograba con fórceps, por lo cual la Universidad le era disonante en términos ideológicos. Como otras tantas veces en la historia argentina, se destruye algo por sus méritos y no por sus errores. El debate que se venía dando en el seno de la universidad y en parte en la sociedad sobre un camino reformista pero seguro, a uno más revolucionario y eficaz para lograr la independencia nacional, quedó sepultado por la bota arrasadora. La universidad no estaba a punto de lograr a breve plazo ninguna revolución, en realidad intentaba desarrollar algunos aspectos ligados al desarrollo científico tecnológico que por diversas causas se realizaba aún de manera aislada a la industria, y estaba organizada más cerca del cientificismo que de una articulación extendida y concreta con la sociedad. Sin embargo los sectores castigados fueron acusados de izquierdistas y “bolches”, pero cumpliéndose una paradoja repetida: muchos de esos acusados y reprimidos no se exiliaban en la URSS, sino en Estados Unidos que los recibía con beneplácito.

A pocos días de asumir el poder, Onganía interviene las universidades a través de un bando que volvía a colocarla bajo la jurisdicción del Ministerio de Educación. Técnicamente disolvió los Consejos Superiores y Directivos y permitía que los rectores y decanos pudieran seguir en funciones en esas condiciones del nuevo orden. Se instruyeron 48 horas de plazo para expedirse en ese sentido. Obviamente, la orden dejaba sin salida a las autoridades que habían asumido por el imperio conceptual de la Reforma Universitaria del 18. En el caso particular de la UBA, los Decanos y el Rector emitieron una declaración en la cual se negaban a aceptar la supresión de la autonomía universitaria.

En esas circunstancias entre la tarde y noche del 29 de julio de 1966 se constituyen en actitud de espera y resistencia y en la mayoría de los casos, los directivos, consejeros, algunos docentes y muchos estudiantes se agrupan en las respectivas sedes de las facultades. Esta situación se da en las facultades de Arquitectura, Ciencias Exactas, Filosofía y Letras, Ingeniería y Medicina, y también en la sede del Rectorado. Lo que corría como un rumor, se hizo realidad, la policía desalojaría de la universidad a los universitarios con “eficiencia” sin un despliegue importante de tropas, en una acción brutal, breve y precisa. Así lo recuerda Rolando García:

“Los lugares que fueron atacados estaban, obviamente, predeterminados. El número de que actuaron (para utilizar su propia jerga) fue reducido. Los fueron trasladados a las comisarías en camiones que esperaban en el momento y en el número requerido. Todas estas particularidades muestran que el ataque policial contó con una minuciosa preparación, o por lo menos una abundante información previa como para poder actuar con tanta precisión. Suponer que la policía contó con el apoyo y la orientación desde el interior de la universidad no es producto de una especulación arbitraria, sino consecuencia del análisis de los hechos concretos. La hipótesis cobra fuerza, además, cuando se la analiza desde la perspectiva de las luchas que se desarrollaron en la universidad en períodos previos y de las cuales las sesiones del Consejo Superior constituyeron un escenario representativo. Allí surgían las clásicas diferencias entre reformistas y humanistas o entre confesionales y laicos[7]”.

La situación de desalojo con acciones de violencia se observó en las facultades y rectorado ya citadas, pero tomó especial dureza, y por lo tanto con especial difusión por su gravedad, el la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Si bien ha sido extendidamente reproducido, el testimonio del profesor norteamericano Warren A. Ambrose, escrito al día siguiente de los sucesos, dirigida a periódico The New York Times, sigue esclareciendo la singularidad de los hechos y poniendo sobre la escena política solo un anticipo del futuro. Este es el texto completo de aquella carta:

Buenos Aires, Argentina, 30 de julio de 1966

“Carta al Editor
The New York Times
New York, N.Y.
Estimados señores:

Quisiera describirles un brutal incidente ocurrido anoche en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y pedir que los lectores interesados envíen telegramas de protesta al presidente Onganía.

Ayer el Gobierno emitió una ley suprimiendo la autonomía de la Universidad de Buenos Aires y colocándola (por primera vez) bajo la jurisdicción del Ministerio de Educación. El Gobierno disolvió los Consejos Superiores y Directivos de las universidades y decidió que de ahora en adelante la Universidad estaría controlada por los Decanos y el Rector, que funcionarían a las órdenes del Ministerio de Educación. A los Decanos y al Rector se les dio 48 horas de plazo para aceptar esto. Pero los Decanos y el Rector emitieron una declaración en la cual se negaban a aceptar la supresión de la autonomía universitaria.

Anoche a las 22, el Decano de la Facultad de Ciencias, Dr. Rolando García (un meteorólogo de fama que ha sido profesor de la Universidad de California en Los Ángeles), convocó a una reunión del Consejo Directivo, de la Facultad de Ciencias (compuesto de profesores, graduados y estudiantes, con mayoría de profesores) e invitó a algunos otros profesores (entre los que me incluyo), a asistir al mismo. El objetivo de la reunión era asistir al mismo. El objetivo de la reunión era informar a los presentes sobre la decisión tomada por el Rector y los Decanos, y proponer una ratificación de la misma. Dicha ratificación fue aprobada por 14 votos a favor, con una abstención (proveniente de un representante estudiantil).

Luego de la votación, hubo un rumor de que la policía se dirigía hacia la Facultad de Ciencias con el propósito de entrar, que en breve plazo resultó cierto. La policía llegó y sin ninguna formalidad exigió la evacuación total del edificio, anunciando que entraría por la fuerza al cabo de 20 minutos (las puertas de la Facultad habían sido cerradas como símbolo de resistencia –aparte de esta medida no hubo resistencia). En el interior del edificio la gente (entre quienes me encontraba) permaneció inmóvil, a la expectativa. Había alrededor de 300, de los cuales 20 eran profesores y el resto estudiantes y docentes auxiliares. (Es común allí que esa hora de la noche haya mucha gente en la Facultad porque hay clases nocturnas, pero creo que la mayoría se quedó para expresar su solidaridad con la Universidad).

Entonces entró la policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo primero que escuché fueron bombas, que resultaron ser gases lacrimógenos. Al poco tiempo estábamos todos llorando bajo los efectos de los gases. Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a los gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde nos hizo permanecer de pie, con los brazos en alto, contra una pared. El procedimiento para que hiciéramos eso fue gritarnos y pegarnos con palos. Los golpes se distribuían al azar y yo vi golpear intencionalmente a una mujer –todo esto sin ninguna provocación. Estoy completamente seguro de que ninguno de nosotros estaba armado, nadie ofreció resistencia y todo el mundo (entre quienes me incluyo) estaba asustado y no tenía la menor intención de resistir. Estábamos todos de pie contra la pared –rodeados por soldados con pistolas, todos gritando brutalmente (evidentemente estimulados por lo que estaban haciendo –se diría que estaban emocionalmente preparados para ejercer violencia sobre nosotros). Luego, a los alaridos, nos agarraron a uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de diez pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles y que nos pateaban rudamente en cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Nos mantuvieron incluso a suficiente distancia uno de otro de modo que cada soldado pudiera golpear a cada uno de nosotros. Debo agregar que los soldados pegaron tan brutalmente como les era posible y yo (como todos los demás) fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo,  y en donde pudieron alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos nosotros –mujeres, profesores distinguidos, el Decano y Vicedecano de la Facultad, auxiliares docentes y estudiantes. Hoy tengo el cuerpo dolorido por los golpes recibidos pero otros, menos afortunados que yo, han sido seriamente lastimados. El profesor Carlos Varsavsky, director del nuevo Radioobservatorio de La Plata, recibió serias heridas en la cabeza, un ex secretario de la Facultad (Simón) de 70 años de edad fue gravemente lastimado, como asimismo Félix González Bonorino, el geólogo más eminente del país.

Después de esto, fuimos llevados a la comisaría seccional en camiones, donde nos retuvieron un cierto tiempo, después del cual los profesores fuimos dejados en libertad sin ninguna explicación. Según mi conocimiento, los estudiantes siguen presos. A mí me pusieron en libertad alrededor de las 3 de la mañana, de modo que estuve con la policía alrededor de cuatro horas.

No tengo conocimiento de que se haya ofrecido ninguna explicación por este comportamiento. Parece simplemente reflejar el odio para mí incomprensible, ya que a mi juicio constituyen un magnífico grupo, que han estado tratando de construir una atmósfera universitaria similar a la de las universidades norteamericanas. Esta conducta del Gobierno, a mi juicio, va a retrasar seriamente el desarrollo del país, por muchas razones entre las cuales se cuenta el hecho de que muchos de los mejores profesores se van a ir del país.
Atentamente,

Warren Ambrose
Profesor de Matemáticas en Massachussets Institute of Technology y en la Universidad Nacional de Buenos Aires”.

El golpe militar en si, la intervención institucional, la irrupción de la policía en las facultades, la represión, y el sesgo conservador y antinacional del nuevo orden impulsaron la renuncia de los rectores y decanos. Luego, entre la solidaridad y a modo de resistencia, se calcula que 1380 docentes e investigadores renunciaron. Algunos especularon que ese movimiento iba a generar condiciones tan críticas que el régimen autoritario revertiría sus pasos, pero nada ocurrió así y todos los logros alcanzados sufrieron abandono, cambio de rumbo, o fueron usurpados. En el caso de la Facultad de Ingeniería y en la de Ciencias Exactas, esos repliegues golpearon duramente lo avanzado en computación.

La ideología del golpe. Lo que le pasó a Clementina. Los científicos militantes.

A raíz de la intervención militar, en la Facultad de Ingeniería varias decenas de ingenieros con una alta calificación en electrónica se dispersó, yendo al extranjero o siendo absorbidos por la actividad privada; y por su lado Humberto Ciancaglini ingresó a la Organización Internacional de Energía Atómica. Mientras que los laboratorios que tan trabajosamente se fue comprando o desarrollando quedaron en el Departamento, pero debido al recambio de personal se perdieron sus objetivos orientados a la industria nacional y el desarrollo industrial, pasando esos equipos a formar un laboratorio académico bien equipado y mal usado que rápidamente se desactualizó.

En Exactas ocurrió otro tanto, hay testimonios[8] que relatan que la Facultad tardó en rearmarse, dada la confusión sobre renunciantes y quiénes continuaban ejerciendo la docencia, las actividades académicas ocurrían en bares y oficinas prestadas y también lo ocurrido a posteriori del golpe en el Instituto de Cálculo se registran líneas penosas para la historia local de la computación.

El IC sufrió la renuncia de todos los científicos de mayor nivel, donde sólo conservaron sus cargos los que aún eran alumnos de la carrera que ejercían como ayudantes de investigación. En esas condiciones las actividades de programación se constituyeron en el fuerte del IC, donde se daba soporte de programación a los programas de investigación de la Facultad.

En un principio las autoridades de la intervención en Exactas se apresuraron a dar una imagen de “normalización” hacia fines de 1966, pero la misma es presentada como completa hacia 1969, pero de sus informes se deriva que el nivel de actividad es inferior en cantidad y calidad a la que se venía produciendo hasta la “Noche de los Bastones Largos”[9]. Y el proceso del remplazo de la calculadora Ferranti, es indicativo del cambio imperante. Recordemos que en 1957 se forma la Comisión que debía preparar el pliego para la licitación, se la compra en 1060 y se la instala y empieza a usar en 1961. Esos tres años de demora entre la decisión y su puesta en marcha implicó un retraso tecnológico. Se había debatido bastante en el momento de la incorporación de la computadora Ferranti, que usaba tecnología de válvulas de vacío, pero Sadosky sale en defensa de lo decidido, diciendo:

“(…) la Comisión decidió aconsejar la compra del equipo Mercuri ofrecido por Ferranti de Manchester. Para la época se trataba de una máquina de excelente categoría técnica no sólo por su rapidez y tipos de memoria, sino también porque el grupo de investigadores de la Universidad de Manchester había desarrollado un lenguaje "Autocode" de fácil aprendizaje y de buenas características para el tratamiento de problemas científicos[10]”.

Y en la práctica la estrategia fue usarla intensamente en sus máximas posibilidades, llegando a funcionar 24 horas por día. A finales de 1965 e inicios de 1966, el balance que se hacía en el IC era que la computadora empezaba a tener limitaciones por desactualización, especialmente para “estar en la avanzada de la investigación y de la formación de personal del más alto nivel[11], no obstante aún cumplía bien la realización de los trabajos de computación que se le solicitaban además de proveer servicios de programación a otras instituciones y áreas.

Priorizando el aspecto científico – tecnológico, que empezaba a estar en déficit, las autoridades de la FCEyN iniciaron acciones para lograr el remplazo de Clementina e interesaron al gobierno nacional para lograr el financiamiento estimado en el orden del millón y medio (dólares – 1966). El proceso de análisis y selección del equipo para el remplazo realizado por Sadosky y con la participación de todo el IC implicó determinar prospectivamente a diez años las necesidades previsibles de uso y las configuraciones electrónicas que de ella se derivaban. Con esos requisitos se realizó un seminario de discusión en el cual participaron las compañías comercializadoras que en aquel entonces estaban interesadas en participar de la futura licitación. Por lo tanto, IBM, Bull-General Electric, Burroughs, y NCR, a través de sus representantes técnicos informaron sobre sus posibilidades de oferta y discutieron con el personal del Instituto sobre las características de las novedades técnicas que se ofrecían[12]. Como resultado de este proceso, y en virtud de su magnitud, se diseñó que la nueva computadora estaría conectada a través de terminales remotas al resto de la UBA, y con diversas reparticiones oficiales. Quién se había posicionado tecnológicamente para este proyecto era la firma Bull, que además había interesado al gobierno francés que había presentado la “ingeniería financiera” elaborada por la embajada de ese país en Buenos Aires. La propuesta económica de la firma ingresó a la UBA 28 de julio de 1966. Un día antes de la “Noche de los Bastones Largos”

No existen pruebas contundentes de haber encaramado un plan sistemático, pero la suma de hechos que se desencadenarían por el vacío científico e institucional producidos el la FCEyN, demuestran que la empresa IBM supo sacar provecho de ello. Especialmente en el perfil – que estaba en debate y revisión – de los computadores científicos. Esta carrera era uno de los logros de Sadosky al frente del IC, impulsando una formación inicialmente de carácter auxiliar a otras disciplinas. Sin embargo se había llegado a la conclusión, y en ello había sido fundamental la opinión de los primeros graduados en virtud de sus experiencias  profesionales en el marcado, que la carrera debía reforzar sus contenidos, alejándola de una formación solo operativa y llevarla a un plano profesional, convirtiéndola en una licenciatura. Por lo tanto se le debía dar cierta “universalidad”, sin priorizar ninguna firma de computación que estaban introduciendo las primeras computadoras en las empresas argentinas. Cabe señalar que en aquellos años, la empresa proveedora de hardware era también la que proveía el software y se daba la situación inversa: el software era solo compatible con el hardware para el que había sido diseñado[13].

A partir de agosto de 1966 y ante el vacío de docentes para las materias de la carrera fue cubierto por una cantidad importante de ingenieros de sistemas de IBM, y con la presencia de todos ellos se multiplicaron las materias optativas destinadas a enseñar lenguajes y otras técnicas orientados a los equipos de la empresa. Este hecho es señalado por ya Gregorio Klimovsky en 1970:


“...algunas empresas no han hecho absolutamente nada para tratar de apropiarse de la carrera de matemática pura en la Facultad de Ciencias Exactas de Buenos Aires, pero si en cambio se posesionaron de la carrera de computador científico, cambiándola de una carrera primitivamente destinada a formar matemáticos aplicados de muy alto nivel, no sólo en computación sino en todos los campos del cálculo numérico, en otra que sólo intenta formar un tipo de individuo que pueda conocer al dedillo algunas técnicas de programación y algunos catálogos de máquinas, ya que esto es lo único que les interesa a estas compañías. Indudablemente, ellas no van a fomentar la enseñanza de cierto tipo de cosas que reservan para su central metropolitana extranjera y no para la colonia que consideran que somos...[14]

Llegado el año 1970, el panorama del IC era la carrera de computador científico sin cambios; la misma con una marcada influencia de docentes vinculados profesionalmente con IBM; escasa investigación científico – tecnológica y la computadora Clementina sin remplazar y a punto de dejar de funcionar. A partir de allí se percibirán y luego profundizarán situaciones de cambios ligados a una recuperación política de los espacios democráticos y debilitamiento de la dictadura.


Los científicos militantes.
La renuncia de más de 1300 docentes de la UBA con marcada calificación científica significó una verdadera diáspora de cerebros. No se pretende aquí ser exhaustivos, precisos y exactos sobre sus destinos, pero en la mayoría de los casos la ciencia y tecnología argentina los perdió. Aunque es significativo detectar que muchos de ellos, especialmente los que trabajaron en los ámbitos de la FCEyN y del Departamento de Electrónica de la FI se mantuvieron comunicados y vinculados, independientemente de donde pudieron reinsertarse laboralmente. El caso de Manuel Sadosky, quien pudo encontrar “un lugar” acorde a su capacidad y despliegue en la Universidad de la República, de Uruguay y a pesar que ello le exigía constantes viajes, es destacable por lo que trabajó para mantener en contacto y actividad a los equipos formados entre 1955 y 1966.

Hay dos experiencias que lo ponen de manifiesto: su participación en la creación de la Revista Ciencia Nueva, y en la creación de la consultora científica “Asesores Científico Técnicos S.A.”

En 1966, y alojados en una oficina céntrica a metros de la Plaza de Mayo, Sadosky y su inseparable colega Rebeca Gúber fundan la primera consultora de ingeniería de sistemas y programación de computadoras. La llaman Asesores Científico Técnicos S.A. y la constituyen con un nutrido grupo de sus ex colaboradores del IC.

La consultora oferta sus servicios de aplicaciones computacionales en ingeniería civil, organizaciones, economía y finanzas, ingeniería de sistemas, modelos matemáticos, programación de aplicaciones científicas, sistemas de información, centro de cómputos, y estadística aplicada. Durante su existencia logran desarrollar modelos matemáticos destacándose uno tránsito urbano para la Ciudad de Buenos Aires y otro hidrológico para el río de la Plata, en este caso en sociedad con una firma de ingeniería francesa. Aquí también se vuelve a observar que los comitentes son organismos del Estado. Sin embargo, Sadosky buscó la inclusión de sus equipos en el ámbito privado, y para recurrió a su amigo Manuel Madanes, incorporando al ex grupo de Investigación Operativa del IC, en bloque a sus cuatro miembros, Aníbal Petersen, Marcelo Larramendy, Néstor Sameghini y Juan Carlos Frenkel, para realizar un estudio de factibilidad.

La otra iniciativa tuvo ribetes más políticos e ideológicos, la creación de la Revista Ciencia Nueva, cuya organización inicial fue llevada adelante por el mismo Sadosky. Como se dijo antes, a partir de 1970 se percibirán y profundizarán situaciones de cambios ligados a una recuperación política de los espacios democráticos y debilitamiento de la dictadura. La expresión e intensión de la llamada Revolución argentina que esa “revolución” tenía objetivos y plazos aproximados de veinte años para alcanzar esas metas dejó de ser creíble, en especial luego del “Cordobazo”. La iniciativa vino desde el ámbito editorial, que se movía en función de una apertura conceptual y en respuesta a la cerrazón que nacía desde el gobierno de Onganía, ofreciéndose catálogos inéditos y la aparición de nuevas editoriales alentadas por lo que se denominó el boom latinoamericano. En definitiva y a pesar de todo, la industria editorial argentina tenía prestigio en América Latina y en España, lo que permitía exportar y generar ingresos. De esa movida surge un joven editor, que se acercó a Manuel Sadosky para ofrecerle la dirección de una revista científica. “Escuchándolo exponer su proyecto sólo quedaba en claro que no sabía qué quería: algunos días describía una especie de Billiken de las ciencias y las técnicas, otros una colección de finos y caros tomos, cada uno dedicado a un tema de esas disciplinas[15]”, contaría después, quien en definitiva sería el director de la revista, Ricardo Ferraro. Frente a la propuesta, Manuel Sadosky reincide en apoyarse en un equipo y reunió a algunos de sus ex-alumnos que había regresando recientemente al país después de sus estadías de perfeccionamiento en el extranjero. Era una medida acertada, porque éstos habían sido frecuentados y visitados allí por él mismo, en sus respectivas oficinas o laboratorios donde realizaban sus actividades, reforzando fuertes lazos personales, y porque en aquellas latitudes era frecuente ver revistas como la que se estaba gestando. Aquellos jóvenes científicos entendían la importancia de un proyecto editorial de ésta naturaleza y a ellos les propuso que lo ayudaran a llevarlo adelante.

Cuenta Ferraro que de esa manera:

“(…) inesperadamente había aparecido una oportunidad para editar una revista de ciencia y tecnología —y de sus políticas— algo que todavía no existía en nuestro país y que cada uno de nosotros había disfrutado en el exterior; entre nosotros nos pondríamos de acuerdo con mayor rapidez y precisión que con el incipiente editor y, además, seguramente ese producto provocaría el interés de muchas empresas que colaborarían en su financiamiento.

Efectivamente, muy rápido el proyecto estuvo en marcha aunque le sugerimos a don Manuel que el mismo no se vinculase a su nombre ya que un eventual fracaso podría perjudicar su prestigio, pero que orientara, criticara y respaldara nuestro trabajo. ¡Y vaya que lo hizo!

En abril de 1970 apareció el primer número de CIENCIA NUEVA: 64 páginas de 20 x 27, con tapa y contratapa a color y, a partir de él, otros 28 números en los que cada índice era una nómina de varios dream-teams de la ciencia mundial[16]”.

Entre abril 1970 y diciembre 1973 aparecieron 29 números de Ciencia Nueva, vendiendo una cifra a veces superior de los 6.000 ejemplares, con la una fe utópica de publicar en su cometido, dado que su vida transcurrió entre la denominada Noche de los Bastones Largos y hasta seis meses antes del inicio de las acciones de la Triple A. Ciencia Nueva solo convivió con 6 meses de democracia. Ferraro lo resalta así:

“Por supuesto que aquellos no eran años en los que la reflexión, la investigación, la divulgación de ideas valiosas y, mucho menos el debate, pudieran llevarse a cabo con facilidad. Pero los hubo. Revisar los índices de CN o releer algo de lo allí publicado, permite completar la imagen de lo que realmente sucedió”.

La lista de notables convocados en las páginas de Ciencia Nueva para que debatiesen qué y cómo hacer ciencias y tecnologías para beneficio de los ciudadanos de sus países y del mundo es sorprendente: Jorge Sábato, Manuel Sadosky, José Babini, Rolando García, Mario Bunge, Gregorio Klimovsky, Oscar Varsavsky, Daniel Goldstein, Jacques Mehler, José Westerkamp, Jorge Schvarzer, Risieri Frondizi, Fernando Storni, Oscar Mattiussi y Alberto Aráoz, junto con los latinoamericanos Félix Cernuschi, Alfredo Jadresic Vargas, Víctor Urquidi, Oscar Maggiolo, Juan Antonio Grompone y Juan Alva Correa; y extranjeros como Jonathan Beckwith y Abraham Beare (virólogos del Harvard Hospital), Alexandre Grothendieck (matemático judío radicado en Francia), Adriano Buzzati-Traverso (Director Científico de UNESCO) y Charles-Nöel Martin (físico nuclear y colaborador de Irène Joliot-Curie).

Algunos de quienes habían pasado por Ciencia Nueva son secuestrados – desaparecidos por el Proceso de Reorganización Nacional: Norberto Rey, Ignacio Ikonicoff, Horacio Speratti, y Héctor Abrales que también trabajara en FATE División Electrónica.

En los términos que transita este libro, en la Revista Ciencia Nueva se encuentran aportes de tres referentes del Pensamiento Latinoamericano en Ciencia y Tecnología (ver Capítulo VIII): Oscar Varsavsky. Jorge Sábato y Amílcar Herrera, desde debates y artículos de opinión. Por ejemplo, Oscar Varsavsky polemiza sobre la cuestión de la “Ciencia e ideología” con Gregorio Klimovsky; y también introduce los conceptos “Ciencia y estilos de desarrollo”, que luego ampliará y publicará en su libro “Estilos tecnológicos” de 1974. Jorge Sábato, en el N° 1 de la Revista ofrece en un reportaje llamado “Para el prontuario del Plan Nuclear Argentino” en un caso concreto de su trabajo en la CNEA, su mirada la capacidad nacional de tomar decisiones propias en materia de ciencia y tecnología. Y también escribe Amílcar O. Herrera, los lineamientos que siempre sustentó para un modelo de Ciencia y Tecnología Latinoamericano, donde no haga seguidismo de los países centrales. En un artículo llamado “Un proyecto latinoamericano de modelo mundial”, Herrera se explaya sobre los factores que impiden a gran parte de la humanidad el acceso a los bienes de nuestra civilización son de “índole sociopolítico”, al mismo tiempo que denosta los criterios de origen malthusianos de un "destino humano" inexorable, donde el hambre, el atraso y la miseria, dependen de factores extrahumanos inmodificables.

Y también están la computadora y la electrónica en Ciencia Nueva. El inevitable Manuel Sadosky inaugura la revista con un recuerdo de Turing considerado uno de los padres de la computación, en el artículo “Cómo construir una computadora con lápiz y papel”; y le siguen una treintena de artículos sobre el tema, donde se destaca el anticipatorio trabajo de Roberto Zubieta: “¿Pueden construirse computadoras en la Argentina?” escrito en 1970 cuando la Cifra 1000 de FATE División electrónica aún no había sido planeada.






[1] Declaración de principios del Gobierno Provisional, diciembre de 1955.
[2] “También demostró en las casi 2 semanas de gestión de la Presidente de FUBA como Interventora en la UBA y de los Presidentes de Centros como los correspondientes delegados interventores en cada Facultad, que fueron capaces de mantener el normal funcionamiento académico y administrativo”.
[3] Jorge L. Albertoni y Roberto H. Zubieta. “La FIUBA en el período 1955 a 1966”. En “La construcción de lo posible. La Universidad de Buenos Aires de 1955 a 1966” Compilado por Catalina Rotunno y Eduardo Díaz de Guijarro. Libros del Zorzal. 2003.
[4] Entrevista a Rolando V. García. Ex decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires desde 1957 hasta la intervención, en 1966. Universidad y frustración. Entrevista a Rolando V. García. Ciencia Nueva. Revista de Ciencia y Tecnología. N° 13. 1971
[5] Idem.
[6] ¿Que implicó una computadora en esos años? Ya había pasado la década de los ´40 donde EE.UU. desarrolló la ENIAC, un gigantesco aparato eléctrico que calculaba a grandes velocidades, pero no podía guardar información; y su sucesora la EDVAC que si guardaba datos y el programa de ejecución. A fines de la década de los '50 los transistores reemplazaron a las válvulas, y se estaba a un paso de lograr los primeros circuitos integrados. Las computadoras eran ya artefactos eléctricos con interfases electrónicas. Su arquitectura obligaba sumar a la computadora propiamente dicha, el equipo complementario que incluía perforadoras de tarjetas, verificadoras, clasificadoras, lectoras, etc. dado que las tarjetas eran todavía el principal medio para la entrada y salida de información. En aquel entonces el universo del desarrollo de las computadoras era solo EE.UU. e Inglaterra (ya con productos en el mercado); y Francia, Alemania, Suecia, Suiza y la Unión Soviética con intentos experimentales.
[7] Rolando García. “Cómplices de los bastonazos” En Página 12, 6 de agosto de 2006.
[8] Jorge Luís Boria. “Los Años Oscuros del Instituto de Cálculo de la FCEyN de la UBA: Investigando Computación Sin Computadora” Presentado en el Congreso de Ciencias, Tecnologías y Culturas. Historia de la Informática en América latina y el Caribe. USACH. Santiago de Chile. 2008
[9] Raul Carnota (UNTREF- Proyecto SAMCA) - Mirta O. Perez (Proyecto SAMCA). “Continuidad formal y ruptura real: la segunda vida de Clementina en el Instituto de Cálculo”.
[10] Entrevista a Manuel Sadosky. “Cinco años del Instituto de Cálculo de la Universidad de Buenos Aires 1961- 66”.
[11] Raul Carnota (UNTREF- Proyecto SAMCA) - Mirta O. Perez (Proyecto SAMCA). Idem
[12] Entrevista a Manuel Sadosky. Idem.
[13] Raúl Carnota (UNTREF  Proyecto SaMCA), Pablo Factorovich (Depto. Computación –FCEyN –UBA) y Mirta Pérez (Proyecto SaMCA). “IBM Go Home!. Conflictos políticos y académicos y perfiles profesionales en los primeros años de la carrera de Computación Científica de la FCEyNUBA (1963 - 1971)”. Proyecto: Salvando la Memoria de la Computación Argentina (SaMCA). Universidad Nacional de Río Cuarto y otros.
[14] Reportaje a Gregorio Klimovsky, “Ciencia e Ideología”, Mayo 1971, Revista Ciencia Nueva N° 10.
[15] Ricardo Ferraro en el prólogo de “Ciencia Nueva. Debates de hoy en una revista de los ‘70”. Buenos Aires, 2010.
[16] Ricardo Ferraro. Idem.

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